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Convocatoria séptimo volumen

 

Historia Corta - Terror, Horror y Alarma

 I


A Pedro no lo dejaron pasar hasta la mañana siguiente.   Aquella tarde había llevado en un vuelto en una crisis a su pequeño hijo Santi, la diabetes se había presentado sin avisar, el niño había entrado en el hospital desmayado aparentemente en un ataque de hipoglucemia, los enfermeros le arrebataron a la criatura a media carrera y el policía lo sacó casi a empujones del área de entrada.   Se dispuso a esperar noticias elevando su mirada hacía un vacío aparente.   

  Algunos campesinos esperaban también en las afueras del hospital la respuesta de la salud de sus enfermos, pero él no quería conversar con nadie, así que ahí mismo se acurrucó con su chamarra a pasar el frío de la noche.  Los campesinos permanecieron en silencio, y él aún los examinó un rato con los ojos cansados antes de dormirse. 



II

   -¡Familiares de Santiago Jiménez!, ¡Familiares de Santiago Jiménez¡

El sonido lejano de una voz hosca lo recobró a su realidad de espera, Pedro se incorporó para encontrarse con la noticia que había estado ansiando toda la noche. 

  -Yo soy su papá.

 -Firme aquí, es una responsiva para que dialisemos al niño, hubo una falla renal irreversible por la crisis hipoglucémica que tuvo ayer, debe autorizar o el hospital no se hace responsable si el niño fallece. 

  La mujer completamente vestida de blanco, jóven, tenía rostro de actriz, ojos estrechos, cejas bastante pobladas y delineadas, lo miró con frialdad señalando el lapicero que debía tomar para dar el permiso.  Pedro la observó, el hecho de su voz gritando por la búsqueda del familiar de Santiago, su anuncio latente impregnado de  muerte y aquellas señas de apuro, fueron tomados por él con indignación.  Levanto el lapicero y firmo. Entonces volvió el silencio.   La enfermera Penélope- al menos ese mostraba el Gafete- se fue con otras dos que la esperaban frente al mostrador y le hacían muecas de desagrado por la espera que provocaba, Pedro permaneció como hasta entonces, ni siquiera se dio la vuelta, no pareció mostrar curiosidad alguna, se limitaba a mirar ante sí.   La noticia lo sumió en un letargo de completo aturdimiento, solo podía escuchar una especie de rumor o canto entre aquel bullicio de hospital, la sangre se le helo, y pensar en Santi le provocaba una inmensa tristeza.  


III


 Pasarón quince días, Santi se recuperaba lentamente y no había momento que no preguntará cuándo volverían a casa en aquella acentuada fragilidad. Pedro se mordía los labios pensando en el camino de regreso probablemente inútil, en en los días probablemente perdidos, en la esperanza probablemente vana.  Envuelto en la desesperación que el aburrimiento de un estado de inmovilidad forzada provoca en un niño, Santi, lloraba y se retorcia cansado de aquella cama de hospital.  La enfermera de guardia de las mañanas se llamaba Elena, era alta y esbelta pero su ímpetu aparentaba una fuerza que podría  destrozar ciudades, a pesar de su seriedad tenía un rostro agradable, sin embargo, los gestos que constantemente mostraba hacia los pacientes transformaban aquella belleza en horror. Su mal humor era ya legendario en aquel hospital, y su impunidad también gloriosa, era una de las hermanas de la jefa de enfermeras y por tanto su puesto era inamovible. 

-Debe hacer que el niño guarde silencio, hay otros enfermos que desean descansar, no debería ser tan permisivo con esos berrinches

-Solo esta incomodo, y el doctor lleva ya dos días sin presentarse a la guardia para que yo sepa cuando va darle de alta.

-El doctor González está en un simposio y no vendrá hasta mañana por la tarde, así que deje de insistir, ahora se de donde sacó lo berrinchudo ese niño.

  Sin más, la mujer se dio la vuelta, la jefa de enfermeras Dora y Penélope la esperaban con un bulto que aparentemente era un desayuno compartido, aquella apresuró el paso dejando atrás quejas y gemidos de dolor y molestias.  Pedro la miró con desprecio, juntas parecían una bestia que compartía extremidades y órganos, quizá los ojos, tal vez los dientes para comer, su mimetismo era hipnótico y desagradable. 


IV


   Dos días después, el ruido de las enfermeras despertaron a Pedro que dormía en una silla vieja e incomoda junta a la cama de Santi, salió de la habitación y descubrió a las tres hermanas impecablemente blancas,rodeando al doctor González extasiadas por su regreso, esté no paraba de sonreirles pareciendo que las petrificaba a cada mirada, y ellas, parecían olvidar todas las recomendaciones de silencio que ordenaban casi a grito de guerra a cualquiera que osara quebrantar la paz, sin embargo, el trato delicado y salamero del doctor González parecía adormecerlas. 

 A Pedro el espectáculo le pareció irritante puesto que había dejado mucho por hacer con esa salida tan inesperada.  Molesto y decidido se propuso embestir sin cuartel y atajar al galeno. 

 -Doctor González, hace dos días que espero la revisión de Santiago Jiménez, necesito saber que procederá o si puedo llevarlo a mi casa, el niño ya no quiere estar aquí y yo debo volver al trabajo. 

 González miró en la lejanía a su alrededor, como tratando de ocultar la atención que aquel hombre quería obtener sin importar qué.  Dora lo miro fríamente como si no lo reconociera y Elena deseaba asesinarlo ahí con una mirada más eléctrica que un rayo, sin embargo, todos se mostraron ausentes, pero Pedro no retrocedió, insistió de nuevo y con más ímpetu.

 -¡Necesito respuestas doctor!

 Dijo, ahora más frío que ellos recuperando así la posición de atención, continuo con algunas otras preguntas y lo miró inquisitivamente, sin embargo, su aspecto tenso no cambio.  Al fin, Gonzalez incapaz de seguir el juego pernicioso de ignorarlo tuvo que contestar.

 -En seguida paso a verlo

 Sin más, nuevamente se volteo hacía las enfermeras e hizo una seña con los ojos a Elena, que de inmediato captó el mensaje,  está camino hacía el archivero, sacó el expediente de Santi, y produjo una mueca extraña al verlo, que a Pedro le había parecido una sonrisa o quizá solo la confirmación de una idea. Se dirigió al doctor. Los tres se condujeron a la habitación donde el niño compartía espacio con dos enfermos. González se limitó a ver el expediente, tomarle la presión, preguntar por los niveles de glucosa a Elena y finalmente le comento a Pedro que por la tarde le informaría el dictamen de los análisis que esa mañana le había practicado al niño. Se fueron. 

 Sus perfiles se difuminarón en lo largo del pasillo, y todo permanecía como siempre en calma, Pedro cayó en la cuenta que no había percibido jamás un signo de misericordia y humanidad en aquel lugar, quizá era imposible reconocer algo así desde ese contexto de enfermedad, y sin embargo, una amenaza latente le reclamaba en el pecho, él no podía soportar aquella quietud donde lo habían dejado instalado.

    


V


Santi se miraba repuesto, el color en sus mejillas había retornado, su sonrisa aunque lánguida había vuelto a surgir, y el apetito había mejorado considerablemente, Pedro se sentía satisfecho de lo fuerte que era aquel pequeño hijo suyo, imagino que su vida estaba enmarcada en una turbia neblina de dolor y soledad.  Desde la muerte prematura de la madre, hasta el descuido involuntario de un padre que se trataba de ganar la vida para el sustento de ambos, pensó, que jamás había pasado tanto tiempo a solas con el pequeño, y hacerlo ahora bajo esas negativas circunstancias lo ahogaban en remordimiento, pero se mostraba salvo de emociones pueriles para estabilizar la angustia del niño. 

   De repente, sus cavilaciones fueron interrumpidas por la impetuosa llegada de Dora, la mayor de aquellas extrañas y antipáticas enfermeras, una silla de ruedas la acompañaba y sin decir palabra, se dispuso a desenredar aquellas mangueras del suero y otros medicamentos que auxiliaban las molestias de Santi, Pedro, evidentemente conmocionado la atajó. 

  -¿Qué hace?, ¿A donde quiere llevarlo? Se supone que el doctor González me vendría a dar informes sobre Santi, ¿a donde lo lleva? no hay programado análisis a esta hora.

  Algo dentro de Pedro luchaba por impedir que sustrajeran al niño, sin embargo, la seriedad inmutable de la enfermera lo petrifico.

  - Debemos programar urgentemente otra terapia de diálisis, pero si lo que prefiere es que el niño vuelva a recaer puedo ahora mismo llamar al doctor.   Verá, los resultados de los análisis no son favorables, pero bueno, al fin de cuentas usted es el responsable y único culpable de la salud de esta criatura. 

  Ante aquella fría respuesta, Pedro no pudo más que cederle el espacio y ver cómo se llevaban al niño famélico en aquella silla, un sentimiento de agonía y extrañeza lo invadió, era como si no hubiera quedado nada, como si no hubiera un alma, y de repente en ese mar de angustia vio algo que creía invisible, su propio fin del mundo. 


VI


Solamente silencio obtuvo a lo largo del tiempo de espera, el ausente cuerpo  de su hijo quejoso en la cama lo arrobarón en una tremenda tristeza hasta las últimas luces del día.  De repente, caminatas nerviosas a lo largo del pasillo comenzaron a sonar, el aumento del ritmo en la prisa del personal se hacía latente, a Pedro lo único que le parecía coherente en aquel bullicio excitable era aquello que llevaba dentro, aquella suerte de infelicidad. 



VII


Casi llegada la medianoche, Penélope entró a la habitación donde Pedro se consumía en espera.  Ella tenía tanta fuerza e iba siempre con tanta prisa que, daba tremendos portazos y golpes a los muebles de la pequeña estancia.   Llevaba un archivo en la mano e intentó inútilmente aliviar la densidad de angustia que se sentía en el ambiente con preguntas pueriles y sin sentido hacía Pedro, pero no obtuvo respuesta, este la miraba desencajado, nervioso y con la tribulación del mal presentimiento que se acercaba como una tormenta.   Penélope no tardó en darse cuenta de la verdad, que en el hecho de anunciar las trágicas noticias no había cabida para nada más, quizá la inexperiencia a la que la hermana mayor había decidido poner fin, mostraba en ella la torpeza como un ataque sardónico de muy malas bromas o  quizá ser la portadora de alarmas la regodeaba de un absoluto placer de saberse poseedora de la noticia que derrumbaría al otro frente de sí. 

  -¿Qué pasa con mi hijo, porque no lo han traído a la habitación?, hace dos horas que la sesión de diálisis debió terminar.

  -Verá Señor Pedro, debo informarle que el niño falleció hace unos minutos.

  Pedro la miró con aquellos ojos tristes inmensurablemente llenos de dolor, hubiera dado media vida por estrangularla en aquel momento ante ese desplante de simplona mensajería hueca en sentimientos.  Parecía actuar como una emperatriz de la antigüedad que se desnudaba ante su esclavo con toda tranquilidad puesto que no considera a este como un hombre. Un hombre verdadero. 

  Pedro se derrumbó en aquella vieja silla que había sido su estancia durante aquellos días, Penélope lo observó sin inmutable sentido a la empatía y prosiguió.

  -Vendrán hablar con usted para que firme los papeles del acta de defunción. 

 El llanto de aquel hombre aparentemente fuerte inundaron el ambiente, Penélope sintió asco ante el dolor ajeno y decidió salir sin más de ahí.  A Pedro el corazón no le cabía en pecho, el llanto lo anegaba cegando por completo aquellos ojos que no volverían a ver Santi, lo llamó en aquel agobio, aquella ansia, aquel desasosiego pero no obtuvo respuesta, cuando sus ojos pudieron ver de nuevo el dolor se le había impregnado tanto a la piel, que lo habían secado ya por dentro, ahora solo era un cascarón que caminaba y vivía por aquella inercia de la desdicha.



VIII


Pedro se encontraba a la espera de aquel trámite inhumanamente inoportuno de la firma del acta de defunción en la fría sala del hospital, su rostro se reflejaba frente al cristal de la entrada, se había quedado absorto contemplandolo, no comprendía nada en aquel, el de los demás tenían un sentido, el suyo no.  Se quedó mirando las paredes, los marcos de las ventanas llenos de las primeras horas de la tarde, y una luz que golpeaba un nido de dolor en su cabeza.  Puso los ojos en blanco y bostezo pensando entonces que quizá había algo grotesco que en él se gestaba, como una bestia que se despereza y poco a poco despierta de un sueño milenario, le caían por la cara lágrimas de agotamiento y sentía  cómo sus huesos se astillan tan profundamente hasta convertirse en un cristal en talco.  

 -¿Usted es el señor Pedro Jiménez?

 Una pareja lo miraba con aquella comprensión de verse cobijados por el mismo dolor.  Trémulamente la mujer extendió su brazo y sujeto el suyo delicadamente.

-Señor Pedro, se que es intransigente, incluso me atrevo a pensar que estoy cometiendo un crimen contra su persona al hacerle esta petición bajo estas trágicas circunstancias, pero estamos desesperados. 

 Pedro no alcanzaba a dilucidar nada bajo aquella tormenta iracunda de desconsuelo ante la pérdida de Santi, la miraba pero no veía nada, sin embargo, cuando el hombre hablo, fuerte pero suplicante, volvió en sí.

 -Nuestra hija, necesita urgentemente un trasplante de pulmón o morirá, esperar a ser la siguiente en la lista puede tardar años, sabemos que su hijo a fallecido y  queríamos pedirle, suplicarle, que por favor autorice la donación de sus órganos.  Se que su pérdida debe de ser tremenda pero aun puede ayudar a otros. 

 Pedro comprendió aquel tono de súplica, y se hermano con aquellas personas en un segundo, era cómo no sentirse tan solo en el mundo y que hubiera gente que comprendiera a grandes rasgos lo que ahora él sentía, un poco de consuelo llego hasta ahi. 

- Ya no hay remedio con Santi, pero por supuesto que trataremos de ayudar a su hija,¿Cuales son los trámites?

 La pareja sintió que aquel hombre era el más hermoso del mundo, y no por su aspecto, sino por aquella luz que irradiaba dentro de sí, estuvieron seguros que la maldad jamás tendría cabida en aquel ser humano. 


IX


Pedro se encontraba al mismo tiempo cansado y sumamente excitado.  La espera los consumía ante los análisis pertinentes para ver la compatibilidad de ambos niños, la madre de aquella pequeña, parecía más menuda y frágil de lo que realmente era, el miedo se le desbordaba en cada poro, en cada cabello, en cada gota de sudor que transpiraba, el padre hacía un esfuerzo sobrehumano por ser el sostén de aquella situación mostrándose estoico, sin embargo, Pedro conocía bien aquella apariencia de estabilidad, ya no quería pensar más en lo que ocurría, ya no quería pensar más en aquella sombra de muerte. 

  -¡Familiares de Ana Ortiz!

  -Somos nosotros

 -Lo siento, el niño Santiago Jiménez no es un apto donador de órganos, deberán seguir con la búsqueda.

   Pedro estaba lleno de compasión por la desventurada pareja, se derrumbaban tan fácilmente como un castillo de naipes o una torre de arena, no podía verlos sin sentir repugnancia de sí mismo, desdoblándose en ellos, aquello no era su culpa, tenía ahora una herencia sumamente pesada que había dejado la muerte de Santi.  De repente, algo llamó su atención como un chispazo más allá de la desolación de aquellos padres al borde de la orfandad.

 -Doctor ¿Cuál fue el dictamen para determinar a mi hijo incapacitado para la donación?

  El doctor lo miró, con cierta curiosidad y algo de misterio se escapó por su aliento, luego le sugirió.

 -Señor Pedro ¿es cierto?, sugiero que deba hacer la petición de una autopsia clínica, el caso de su hijo es... peculiar, entiendo que la causa de muerte fue una arritmia ventricular de forma súbita, sin embargo, el estado en el que encontramos los órganos de Santiago, no es natural.

 El horror volvió a instalarse triunfal como si encontrara un trono justo en lo más profundo del alma de Pedro.

  -¿A qué se refiere? que tenían sus órganos.

  -No quiero apresurarme con nada señor Pedro, pero el niño presentaba una alta necrosis en casi todo su organismo, un estado así debe detectarse desde hace mucho.

  -¿Quiere decir que podríamos estar hablando de una negligencia?

  -No, negligencia hubiera sido pasar por alto algo, no señor, el estado de necrosis del niño debió causarle un inmenso dolor, esta muerte súbita creo que tiene que ver con lo veloz de la misma necrosis. Como le repito, no quiero adelantarme pero quizá pudieron administrarle un medicamento que alteró sus tejidos de esta manera inmediata. 

  El doctor, en un acto de complicidad y sincera indignación lo sostuvo del brazo y habló en tono mesurado.

  -No deje pasar esa autopsia, no deje por nada del mundo que lo incineren, exija la autopsia clínica, y que resuelvan ese misterio cruel, hay cosas en este hospital que no logran gustarme del todo. ¡Hágalo!

  -Pedro sintió en esa última palabra la fuerza que necesitaba para tener una última batalla por Santi, averiguar lo que había ocurrido no se lo devolvería, pero era lo único que lo mantenía en pie en ese momento. 


X


Los resultados llegaron y explícitamente enmarcaron lo que al entendimiento poco técnico de Pedro significaron un asesinato, no entendía el móvil, pero tenía claro quienes eran los asesinos.   Aquellas tres monstruosas y poco humanas enfermeras y su lozano doctor González tenían todo que ver en aquella tragedia.   

   Los resultados de la autopsia había arrojado un medicamento denominado dializador Althane A-18, de diacetato de celulosa, sustancia eventualmente tóxica y altamente mortal, era obvio que un niño pequeño no resistiera más allá de dos terapias hasta que su cuerpo colapsara de esa forma estrepitosa. 

   Tenía la verdad, podría destruirlos o eso quería pensar, pero no se sentía aligerado, ni contento; al contrario, eso lo aplastaba.   Aquella sensación de asco que sintió desde la platica con aquel doctor que sugirió la autopsia no lo había abandonado, y tampoco creía que lo fuera abandonar pronto, aquello, ya no era soportable, no era una sensación, era él mismo.  

   Pensó en lo que debía hacer, y definitivamente la opción de denuncia se redujo a cero, lo que aquellas bestias necesitaban, no era justicia de hombres, sino más bien, un heroe mitologico dispuesto a cargar con la ira de los dioses por obtener la justicia meritoria ante aquellas criaturas y entonces tuvo la iluminación. 



XI


Pensar en las consecuencias de lo que había decidido eran en ese momento infantilismos que Pedro no intentaba siquiera reflexionar, su mente dilucidaba cada detalle, y cada posible eventualidad, no por la necesidad de no ser descubierto, sino, por la intranquilidad de ser detenido a mitad de aquella obra que ya había idealizado. 

   Llevaba ya dos semanas comiendo discretamente en aquella fonda frente al hospital, las hermanas Guzmán aparecían aquello de las 2 de la tarde, siempre juntas, miméticamente unificadas en las miradas, el andar, el alma podrida.  A pesar de que cada una poseía un cuerpo, la imagen que demostraban era la de un solo ente amorfo, con una sola voluntad. 

   Pedro sabía que después de la comida, esperarían el fin de turno a las 4 de la tarde y retomarían el camino a su casa; la idea era seguirlas e irrumpir en el inmueble estando ellas dentro, pero dos días antes cambió de opinión y decidió esperarlas  dentro, sin embargo, durante aquellas dos semanas se le había vuelto costumbre observar al monstruo comer, pues se hacía presa de extrañas pasiones del espíritu sin las cuales tal vez no hubiera tenido el ímpetu de construir aquella gran proeza a la que se aproximaba. 

   Las mujeres entraron nuevamente al hospital, él las vio desvanecerse como la espuma en el mar.  Pagó su cuenta y se dirigió a la cueva de aquella bestia. 

     El día laboral había terminado y Dora, como siempre, se dispuso abrir la puerta de su hogar, las tres entraron desperezándose y rápidamente subieron a sus habitaciones a cambiarse de ropa, el cuarto inmediato, era el de Penélope, la menor, aquella que había llegado con su alarma a destruir  su vida. Pedro la esperaba detrás de su puerta con un bate. Un golpe seco simbro su cabeza, y la inconsciencia la arropo, la sangre manaba de ella como un manantial virgen, Pedro se detuvo un instante, para sopesar que el golpe no hubiera alertado a las dos hermanas restantes, pero al parecer el ruido de la televisión en el cuarto de Dora, había disimulado su ataque.  Desmayada, la amarró y amordazó.   

   Sigilosamente, se apresuró al cuarto de Elena, esta se encontraba ya semidesnuda únicamente con un brasier, pantaletas y las medias blancas del uniforme, y a pesar de la hermosura de sus formas, Pedro no se inmutó, el resplandor rojizo de la tarde, hacía parecer al sol agonizante entre las sábanas de aquella habitación, caminó lentamente hacia Elena y sintió que la frente se le inflamaba bajo el sol, todo ese calor se apoyaba en él y lejos de oponerse a su avance lo potencializo en su ataque, fuertemente sometió a la mujer sobre la cama y de un puñetazo la aminoró.  Sin embargo, su enfrentamiento esta vez sí alertó a la Mayor de las hermanas. 

-Elena, ¿qué pasó? ¿Elena? ¿Penélope?

Un gélido y sospechoso silencio congeló la sangre de Dora, su sentido de alerta y el olor a muerte era algo que ella había desarrollado a lo largo de los años en aquella sala de hospital, tomó un tubo con el que colgaba su ropa y salió al pasillo en busca de respuestas. Cuidadosamente abrió la habitación de Elena y lo que vió la aterro, Elena sangraba de la cara mientras lloraba despavorida, tirada en el centro de la habituación, Pedro apareció de frente y sin más también la sometió, ahora ya no le interesaba cuanto ruido hicieran.  Era el momento de verlas gritar, en un hermoso canto coral. 


XII


Las tres mujeres lloraban y desorbitaron los ojos ante aquel hombre que parsimoniosamente las acomodaba frente de sí para observarlas como hasta ahora se las imaginaba, como un solo ser.   El esfuerzo del trabajo, le había causado un sudor acumulado en las cejas que corrió de pronto sobre sus párpados y lo cubrió con un velo tibio y espeso.     El espacio se había recubierto de un soplo pesado y ardiente y a Pedro le pareció aquello una señal de Dios donde el cielo se abría en toda su extensión para vomitar fuego. 

-¿Se acuerdan de mí?   

El silencio y el calor de la habitación era tan denso que  podía cortarse, Pedro volvió a insistir.

  • Quizá, si no se acuerdan de mi se acuerden de mi hijo

Pedro sacó de su pantalón una pequeña fotografía del niño, y se las acercó a cada una.   El estupor de las mujeres brotó al unísono después de aquellas preguntas, comprendieron que estaban viviendo el peor momento de sus vidas, pero Pedro ya había decidido que algo peor que su sola existencia no debía ser posible, habría que borrarlas de la faz de la tierra. 


XIII



      Tres días después los periódicos de toda la ciudad mostraban en primera plana, la tragedia de aquellas hermanas enfermeras, sus cuerpos habían sido localizados maniatados y torturados en el interior de su casa, a Penélope le habían extraído el ojo derecho que fue encontrado más tarde en las manos de Dora, junto con varias piezas dentales extraídas de Elena.  Las tres habían sido degolladas.

    Pensar en el acto mismo del asesinato, es completamente insano y repugnante, por algo dicha acción es severamente castigada, sin embargo, muchas veces detrás del horror encontramos la gracia salva de la redención, la búsqueda intrínseca de la justicia y la protección de almas humanas, frágiles y puras. 

     Todo esto pensaba Pedro mientras observaba, la cara negra llena de sangre, de aquella cabeza completamente desprendida del cuerpo, de lo que en vida fue el lozano Dr. González, sus ojos estaban más salidos de las órbitas de cuando aún tenía vida, su pelo erizado, y las fosas nasales completamente ensanchadas en el forcejeo.  Ahora estaba muerto.  Ya no es más, y él tampoco quiere ser.   Esa es la clave del asunto.  Pedro ve claro ahora el aparente desorden de su vida, en el fondo de aquella maraña de sombras que ahora habitan en él, y encuentra el mismo deseo;  arrojar fuera de sí su existencia y vaciar los instantes del pasado para así librarse del peso que lo carcome en angustias de la ausencia del hijo que yo nunca será.

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