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No lo creí.
Ella y yo habíamos terminado tantas veces nuestra relación, que aquella noche para mí, sólo era una más: «seguramente» pensé, «terminaremos de gritarnos, nos iremos a dormir y al día siguiente, ella me servirá café, tal y como cada fin de semana solía pasar, cuando a su juicio ella sentía que yo no era muy amoroso ó lo era demasiado, situación que sucedía con mucha frecuencia»
-¡Me voy a ir!- afirmó. -¡Esto se acabó!- gritaba colérica mientras agitaba las manos y fruncía la boca, al tiempo que pestañeaba con rapidez, después tosía hasta ponerse pálida, acto seguido entrecerraba los ojos finalizando aquel drama con una media vuelta y brazos cruzados. Todo aquello me resultaba curioso quizá al punto de ser simpático, pues hacía tiempo que me había dejado de interesar en el argumento de los pleitos que ella protagonizaba, a decir verdad me daba un poco igual, pues sabía que al cabo de un par de horas ella se cansaría de gritar, entonces yo haría el mejor papel pues pondría mi cara de clérigo en misa, acercándome a ella la vería a los ojos, le diría –Tienes razón mi amor, perdóname- y punto final, el cuento acabaría.
En realidad lo que me obsesionaba era cada gesto facial que hacía, las miradas, el movimiento de su boca, las arrugas en su nariz, el sudor de su frente, el rubor de sus mejillas, la cadencia de su pelo, el arqueo de las pobladas cejas y los apretones que le daba a sus manos se habían convertido en una imagen impuesto en mi conciencia. Todos sus movimientos me los sabía de memoria, cada expresión tenía un inicio y un final acorde a sus palabras; siempre que empezaba su rutinario pleito caía aquella interminable lluvia de gestos, con tanta puntualidad que parecía tratarse de una gran obra teatral, siendo, ¡claro! las gesticulaciones de su rostro los actores interpretándola. No había ninguno que se retrasara u olvidara su acto, ninguno que perdiera el dialogo, todos estaban ahí en optima sincronía; y yo ahí también como fiel espectador. No se, si yo sentía algún placer en saber que sólo para mí representaban aquella obra, ó que era yo el único en ocupar un palco en la función, pero cada vez que empezaba y terminaba aquella escena, mi mente no tenía cabida para nada más.
Sin embargo aquella noche fue distinta, pues no sólo se presento a tiempo el espectáculo teatral, sino que además, ella agregó nuevos movimientos al guión, ya que al finalizar su sabido monólogo, se dirigió con rapidez al armario, lo abrió rápidamente y saco de ahí dos maletas, mismas que se notaba habían sido preparadas horas antes, y dirigiéndose a la puerta ella se fue.
Entonces no hubo miradas, ni gritos, ni gesticulaciones, ni manoteos, sólo yo y el silencio de aquella noche que ya empezaba a amanecer. Sentado en el borde de la que recientemente se había convertido en mi cama, quede observando el vacío en la habitación y el panorama tan novedoso que se me presentaba, pues por primera vez escuche la gotera en el lavabo del baño que incansable hacía desfilar cada gota al piso de mosaico sobre el que seguramente había ya un pequeño charco; ni que decir del olor a humedad que el tapete gris de la entrada despedía, seguramente en los cinco años que llevaba puesto en ese lugar, nunca había sido lavado, o las paredes ¡que vanas estaban! que descoloridas sin un toque de calidez de hogar o de pintura en el mejor de los casos; en esas y otras cavilaciones me encontró la mañana cuando furtiva y vestida de luz entró por mi ventana, acariciando mi rostro con amorosa calidez, iluminando aquel solitario lugar.
Así tal y como ella me dejó permanecía yo, pegado a aquella cama viendo cada detalle de aquel cuartucho viejo, que por algunos años se había convertido en mi puerto seguro y donde ella era la capitana que decidía cada cosa que sucedía dentro del mismo: desde lo que comíamos hasta lo que debíamos vestir, desde lo que se compraba hasta lo que se tenía que decir; prácticamente nunca en todo el tiempo que estuvimos juntos tuve que pensar o tomar decisión alguna, pues ella se encargaba la vida de los dos, ahora libre y sólo tenía tiempo y oportunidad, de pensar en realizar cosas nuevas, que a mi me gustarían, por ejemplo decorar aquel cuarto a mi antojo, practicar ese deporte que me gusta tanto, viajar a donde siempre he querido, comer lo que me gusta, vestir como me plazca, hablar, callar, hacer o dejar de hacer a mi gusto y antojo; en fin ser quien soy.
Para el medio día estaba convencido, de que esta nueva etapa que iniciaba en mi vida, traería consigo en primer lugar libertad en mi trabajo, poder expresar sin miedo a las criticas, mis capacidades y aspirar a ocupar un mejor cargo en mi trabajo, de esta manera empezaría a ser exitoso, y así la recepcionista que siempre me había gustado, al fin se interesaría en mi; por supuesto que yo le hablaría de mi reciente fracaso amoroso, haciéndole creer que debido a eso estoy incapacitado para volver a enamorarme y seguro que caería rendida a mis pies, obviamente que al tener una relación con la recepcionista, se harían las cosas tal y como yo las quisiera. Viendo todo esto, mis compañeros pensarían que soy alguien poderoso, y no querrían dejar de salir conmigo, yo me volvería entonces popular; sería solicitado en cada fiesta o reunión que realizara, me pedirían mi opinión a sus problemas, y le encontrarían sentido a sus empobrecidas vidas si vieran en mí, a alguien interesado en ellos; no sólo sería exitoso y con un amor fiel a mi, sino que me volvería alguien especial e indispensable para el mundo.
Al atardecer, ya me lo estaba imaginando, me veía andar por la calle usando un traje nuevo en color café y para combinar los zapatos de piel color marrón, el reloj de moda en la muñeca derecha anunciaría la noche y el olor de mi loción le pondría costo a mi presencia, entonces, la vería a lo lejos sentada en una sucia banca en el parque, con la mirada perdida y el aspecto triste, seguramente yo me detendría un momento observándola y sintiendo un poco de lástima por aquella alma desolada, entonces ella levantaría la cabeza y me vería, la mirada seguro se iluminaria y en su mente desearía que yo me acercara a ella; sin embargo, yo desviaría la mirada y como si no hubiera visto nada, seguiría mi camino, «¡Pobre!» pensé al terminar de maquilar aquella fantasía, «cuanto ha de sufrir», si no fuera tan controladora y celosa incluso pensaría en perdonarla.
A punto de anochecer yo seguía clavado en aquel rincón de la cama, como extasiado imaginaba mi nueva vida, y todo lo que se me presentaría, me volvería un don juan con las mujeres, mi elegancia y porte sería imitado por muchos, todos querrían tener amistad conmigo, me buscarían, me llamarían me pedirían siquiera una mirada, se enaltecerían si yo les diera la mano, y la empresa me consideraría su mas preciado activo.
Y así, navidades y primaveras pasarían en mi calendario, muchos cumpleaños muchos happy birthday recibiría cada año, quizá mi aspecto cambiará, me saldrán canas, debido a las continuas fiestas subiré de peso, y los desvelos empezarán a notarse. Tal vez por tanto esfuerzo en el trabajo empiece a caerse el pelo y mi condición física en el sexo empiece a menguar, podría ser que los nuevos profesionistas se conviertan en mi competencia y por tanto estrés de cuidar mi puesto me enferme de gastritis, colitis, migraña presión alta y demás achaques de la edad, luego entonces mi rendimiento laboral caerá y en esas condiciones perderé el trabajo, mis amigos dejarán de buscarme ya no seré atractivo para las mujeres, mi chequera empezará a cerrarse y mi estatus a sepultar else. En el fin de mi carrera y el inicio del desplome absoluto, sin dinero, sin amigos, sin trabajo, sin mujeres, sin admiración, sin éxito y sin poder, me vería solo, lleno de años y achaques, y así imposible seguir viviendo, desesperado, terminé aquella historia imaginaria, no podía creer mi triste final, para que esperar una vida tan vacía mejor era de una vez concluirla y morir en paz, como dominado por un impulso me levante de aquella cama, di unos cuantos pasos y quede frente al tocador, abrí un cajón saque una navaja y a punto de dar la ultima estocada.
Ella regreso…
FIN.
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