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La piedra: Alarido de la noche.
Una voz desgarra por dentro mi garganta.
Mi voz, extraña, venida de la sangre: Latido convulso.
Una paz desencajada, violenta.
Me desconozco frente al espejo y a todas las cosas
pero esta materia es parte de mi ser,
he dejado de ser para ser mundo.
Todo el tiempo; el tiempo: Esta saliva que brota y escurre como un delirio recalcitrante.
La bestia llama de muy lejos y convoca a todas las bestias.
Dentro de mí el animal que despertó al cruzar el puente después del viaje reclama al unísono mi alma, mi alarido.
Lo inexorable rompió el día a la mitad y el fruto fue la noche.
Sobre mi cabeza el árbol perverso sustrajo de mis venas mil vidas,
la luz vino después con la fuerza esplendida de lo temerario
y tras un día de girar sobre mi cuerpo
la palabra floreció sobre mi diafragma.
***
Espero… Pero mis dedos accidentados convierten el polvo en pelusa.
Intento tomar la pluma, pero el desgano de los objetos sobre la mesa me muestra las cicatrices de la Diosa primigenia, profetizada.
La estatua de piedra grita su historia, dictando de forma compleja el curso de la vida.
Espontaneidad: Destello para ser nombrado.
Su nombre es la base del mundo sujeto a la experiencia
pero aquí, mientras yo espero; me embarco en un viaje; en la ausencia, todo está muerto.
Nada he tocado, nada me toca.
Las manecillas se convierten en dígitos, los dígitos en estática y la edad que crece ahora prevalece destruyendo las edades que se dilatan a lo lejos.
Esta soledad solo refuerza su ausencia infatigable.
Mis manos no pueden parir la vida, no pueden nombrar los destellos cual fuego
ni la palabra se transforma en flor, todo queda en la aridez,
falta de entendimiento, incomunicación.
Es… El deslumbramiento del vacío.
Y mientras las fuerzas que impulsan el cosmos se expanden sin forma mi mano se vuelve callosa sobre el escritorio.
La mano, la palma de la mano, la dolorosa mano,
yo rechazo la pluma porque duele
y la hoja ahora me parece burda, un intento inútil de eternidad.
La blancura anémica de la hoja me produce náuseas y un increíble aborrecimiento.
Y aunque las nubes sean blancas y los dientes y algunas flores y estas cosas constituyan gran parte de la vida, hoy el blanco desgarra mi cerebro, su nitidez desértica que provoca retroceso.
La hoja se comprime y la mano queda inmóvil en el aire.
¡Odio la nada!... Y más que la nada. El desconocimiento.
Necesito saber, conocer. Pero la inútil ciencia de los libros, las formas obsoletas de las líneas, las páginas, los puntos sobre las hojas. Resulta un ejercicio imposible.
He ido y venido.
La bestia implacable me comió, pero sobreviví desgarrando su ombligo.
Yo, necesito otro medio, otro tren, otro vehículo, la modernidad creó a la bestia y la bestia guardo dentro de su ser un regalo.
Yo se lo he robado de lo más profundo de la sangre, un simple objeto. Procesador.
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