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Resumen:
Viviana tiene una vida
marcada por la mala suerte, no importa todo lo que intente para cambiar eso,
es algo que ha tenido toda su vida y que la marcara por siempre. Ella piensa
que nunca lograra nada debido a su condición. Ni progresar profesionalmente,
ni tener amigos, ni casarse, ni nada. Está atada a lo que piensa es una
maldición que nunca la dejara ser alguien normal. Esto la lleva a creer que lo
más seguro para todos y el único camino por el que la llevara su vida, es a la
muerte. Vaya que tenía toda la razón.
Creo que empezaré esta
historia diciendo que todos llegamos al mundo con un propósito. Eso he
aprendido con el tiempo. Pueden ser cosas simples como conocer o hablar con
alguien, cosas más importantes como crear algo que revolucione el mundo, o en
el caso de esta historia, ser el recipiente de algo.
Viviana era una mujer
hermosa. Tenía veintitrés años en ese entonces. Cabello castaño ondulado y
largo, llegando a estar debajo de sus hombros. Piel pálida. Y su altura
rondaba el metro con sesenta.
Ella, como todos, nació
con un propósito. Uno muy importante: había nacido para encarnar y mantener
guardada en su ser toda la mala suerte del mundo. A donde ella fuera, todos
sufrían accidentes o malestares que les causaban un mal rato. Ella no podía
ser víctima de su propia mala suerte, sería algo muy contradictorio. Ahora, el
asunto era que Vivi había llegado al mundo sin tener a nadie que le explicara
quien era ella y la función que debía tener en la vida de los demás. Eso la
hacía sentir solo una humana más, una que cargaba una terrible maldición que
atormentaba su vida a todas horas.
Estaba harta de todo
eso. Desde muy temprana edad supo que eso no era alguien normal, y lo que más
deseaba era deshacerse de esa terrible condición que tenía desde que tenía
memoria.
Ella no podía tener una
vida cualquiera, no mientras fuera un recipiente de malas energías. Durante
los distintos trabajos que había conseguido, clientes y compañeros terminaban
enfermos; en la escuela, sus maestros se golpeaban con todo a su paso y sus
compañeros tropezaban o caían de sitios altos; y en las pocas relaciones que
hasta entonces había tenido, sus novios resultaban muy lastimados por
cualquier cosa y terminaban alejándose de ella por miedo.
A ese paso al que su
vida avanzaba, pensaba que nunca tendría algo o alguien estable con ella.
Incluso las mascotas que había tenido no duraban mucho tiempo. Le lastimaba
ser la causante de tanto dolor, y pasaba días enteros encerrada en su
apartamento para no salir ni arruinar la vida de los demás. Porque Viviana
creía que ella era una desgracia andante, una que no debía de haber existido
nunca y sin la que todo el mundo estaría mejor. Era tan triste que cada mañana
al verse al espejo, esperara que este se rompiera, era extraño que no
sucediera, pues parecía arruinar todo lo que sus dedos tocaban.
Finalmente, el dia de
su cumpleaños número veintitrés falto a sus clases en la universidad y en su
lugar fue hasta el mirador de la ciudad. Estuvo al borde de la barandilla un
par de horas, viendo el bello paisaje que se notaba desde las alturas.
Pensando en cómo todos tenían vidas normales y no se preocupaban por causar
daño involuntario.
Recordaba como en sus
años de preescolar las mamás de sus compañeros le gritaban que no se acercara
a sus hijos; como al querer jugar con sus primos y vecinos todos acababan
lastimándose, menos ella; en cuando dio su primer beso y su ahora ex novio
termino siendo atropellado; el dia en que su familia había ido a la cafetería
donde trabajaba y todos ahí terminaron en el hospital por intoxicación.
Su vida era horrible.
Se consideraba la persona más desafortunada en el mundo. Y ese era un pensamiento
que noche tras noche, incluso en ese preciso momento, la hacía sollozar de
manera silenciosa, como si las lágrimas fueran a cambiar su condición.
Pero ya había tenido
suficiente, no aguantaría más la mala suerte que arrastraba su vida. Le daría
fin a eso, uno que la salvaría y a todos los que la rodeaban. Con esas ideas
repitiéndose en su cabeza, se impulsó del barandal y consiguió llegar al otro
lado quedando solo con cinco centímetros de suelo bajo sus pies, seguidos de
un vacío que le aseguraba una muerte dramática y dolorosa.
Cerró sus ojos y
respiro hondamente, considerando que esas serían las últimas exhalaciones que
daría. Cerro sus ojos de nuevo, dejando que más lagrimas resbalaran hasta su
quijada y cayeran hacia el largo camino cuesta abajo que ella recorrería
dentro de pocos segundos.
Se inclinó hacia
adelante, soltando su primera mano y quedando solo con un agarre y un pie
sujetos a la estructura, casi como si vacilara el hacerlo o no. Pero su
desicion ya había sido tomada. Veintitrés años de dolor y soledad la habían
convencido que esa era la única salida, y estaba dispuesta a no retrasarlas
más. Por fin, cuando movió sus dedos y consiguió soltar su último agarre, pudo
vivir en cámara lenta como la gravedad hacia su trabajo y la jalaba hacia el
suelo que se hallaba veinte pisos abajo. Dejaría de sufrir, y eso era
suficiente para que no sintiera ningún tipo de miedo.
Sin embargo, una mano
la sujetó fuertemente de su antebrazo y le impidió caer por completo. Vivi
frunció sus cejas con confusión y se giró a ver con una mezcla de duda y
molestia quien se había atrevido a detener su suicidio. Del otro lado de la
barandilla, un hombre de negocios bastante alto, pálido y de cabello oscuro
perfectamente peinado hacia atrás era quien la mantenía sujeta. Su rostro era
tranquilo, casi sin mostrar ninguna emoción.
Viviana no dijo nada,
el tampoco. Pero cuando la situación se empezaba a ver demasiado extraña, el
hombre se decidio a dar el primer paso:
—Me parece que alguien
tan joven debe pensar en soluciones, no en tirarse de un edificio— dijo sin
cambiar su inexpresivo rostro.
Ella aparto la mirada
hacia otro punto dentro del observatorio y volvió a sujetarse con ambas manos
de la barra metálica.
—Eso intente hacer por
años. Puede ver que no me sirvió de mucho.
—Entonces, ¿Qué tal algo
menos extremo? — comento el mientras la seguía sosteniendo con fuerza. Por
primera vez, el formo una pequeña sonrisa mientras remarcaba su mirada en ella
—Mejor regresa a este lado antes de que todos se den cuenta. No creo que
quieras ser el centro de atención.
Sin saber cómo aquellas
palabras lograron convencerla de botar el plan de suicidio que había maquinado
durante semanas, asintió lentamente y con ayuda del extraño volvió a saltar la
baranda hasta quedar junto al él.
—Mucho mejor— admitió el
más alto, a quien Vivi pudo ver de cierta forma más tranquilo —. Ahora,
asumiendo que ya no somos un par de extraños, ¿te gustaría platicarme por qué
estabas por saltar a… los brazos de la muerte? Sin presiones. Te invito una
crepa.
Casi cuatro horas más
tarde, luego de comer esas crepas y de confesarle (casi como si él fuera su
psicólogo) la desgracia que era su vida, ambos estaban caminando sin rumbo
fijo por la ciudad hablando de sus vidas y sus pasatiempos.
Conociéndose.
Por mucho rato, Vivi
temió que a aquel amable hombre que la había ayudado se viera afectado por su
mala suerte, pero para su sorpresa, aunque miles de cosas raras pasaron
alrededor de ellos, ninguna le afecto lo suficiente como para dejar de hablar
ni de prestarle atención a ella.
Él se llamaba Marcus,
tenía treinta años y por lo que le había contado, viajaba constantemente a
todas partes del mundo. Lo más graciosos, fue enterarse que entre sus trabajos
estaba el de vender seguros de vida. Ella igual se presentó, y en cuanto él
supo que aquel dia era su cumpleaños se ofreció a llevarla por un regalo,
aunque sintiendo que ya era demasiado Vivi se negó amablemente.
Ninguno se dio cuenta
en que momento habían intercambiado sus números de teléfono, ni tampoco
información más privada como donde trabajaba Marcus o donde estudiaba Viviana.
Solo lo notó dos días después, cuando Marcus le mando un mensaje avisándole
que estaba afuera de la universidad, esperándola para invitarla a ir por un
helado.
Vivi no sabía si era
solo ella quien pensaba que aquella amistad se había dado muy rápido, pues el
mayor siempre se veía relajado y contento, como si nada le preocupara. Aunque
la verdad, cuando estaba con él, incluso llegaba a olvidarse de su mala
suerte. Y eso nunca le había pasado.
Eso la volvía muy
feliz.
Si su amistad se había
visto repentina, eso no paso de nuevo cuando Marcus volvió a dar el primer
paso para llegar al siguiente nivel.
Casi seis meses
llevaban de conocerse, durante los cuales ambos permanecieron siempre en
contacto y saliendo a diferentes lugares, claro, cuando el trabajo y la
escuela se los permitían.
Cuando no paseaban
porque él estaba de viaje, se enviaban mensajes y realizaban video llamadas
que llegaban hasta las dos de la mañana. Ella siempre intentaba darle pequeños
detalles amistosos, como juntarse con su madre y hacer galletas para
regalarle; lo horrible venia cuando todos los que las comían terminaban
enfermos del estómago.
Incluso, cuando su
autoestima volvía a bajar y ni el pensamiento de Marcus conseguía sacarla de
sus trances de culpabilidad referentes a su mala suerte, momentos en los que
reconsideraba la idea de acabar con su existencia, él aparecía de la nada y la
invitaba a parques de diversiones o al acuario para distraerla de esas raras
ideas; ambos parecían amar ese lugar y ver a los peces nadar juntos.
Un dia en el que habían
acordado verse en la plaza central, él se apareció entregándole un ramo de
camelias rosas y una caja de bombones que había traído de su último viaje.
Viviana acepto los regalos con una cálida sensación en el pecho; había tenido
la suficiente experiencia para saber que eso significaba que aquel hombre
empezaba a gustarle. La idea no le desagradaba, pero temía por el bienestar de
Marcus.
Casi de inmediato, un
enjambre de abejas fueron atraídas por las flores y empezaron a volar a su
alrededor. A ella no le iban a picar, sabía que no lo harían, pero su
inquietud estaba puesta en el azabache. Sin embargo, se sorprendió cuando lo
vio de pie en medio del ataque sin recibir ninguna picadura, tal como ella;
solamente espantando a algunas que se acercaban demasiado. Al contrario de
todos alrededor de ambos, quienes corrían despavoridos y tosiendo
horriblemente.
Cuando las salidas
amistosas se volvieron citas, Vivi empezó a notar algo que había ignorado todo
ese tiempo, por alguna razón: y era que todas las personas y animales que
pasaban junto a Marcus empezaban a toser o a verse muy débiles. Incluso ese
dia un hombre mayor había chocado con él por accidente y poco después había
tenido un ataque cardiaco. A ella le recordaba como lo que le sufrían quienes
se atravesaban en su camino, sufrían accidentes y ese tipo de cosas de “mala
suerte”.
Vivi empezó a ver eso
con más frecuencia, sobre todo cuando estaban almorzando al aire libre en
algún restaurante. Del lado de Marcus todos se veían enfermos y decaídos, y
del suyo las demás personas se accidentaban o lastimaban. Era algo muy raro, y
sabía que era cuestión de tiempo para que los demás se dieran cuenta y
estuvieran en contra de ambos.
La noche en que Marcus
le pidió que fueran novios, la clasifico como… sorprendente. Pero en el
sentido de la propuesta, sino en lo que había pasado después.
Ansiosa por lo que
ocurría alrededor de ambos, aparto la caja de regalo que él le ofrecía y le
dijo que antes tenía que contarle algo. Asi, Vivi le confió que ella era
alguien que llevaba mala suerte a todos a su alrededor, que no sabía cómo
detenerlo, y que no quería lastimarlo a pesar de que el parecía ser inmune a
su condición.
Pero también, ella se
sorprendió cuando él le dijo que ya lo sabía y que también debía decirle un
secreto, uno que tenía que ver con su persona y su trabajo:
Marcus no era un hombre
de negocios común y corriente, de hecho, ni siquiera estaba seguro que la
palabra hombre se adecuara a él. Al
igual que ella, era una especie de recipiente que llevaba algo y que con cada
paso que deba eso se esparcía a la gente a su alrededor, solo que lo suyo era
algo mucho más serio y que no le permitía quedarse en un lugar por mucho
tiempo. Pero sobre todo, que él había sabido su propósito desde siempre.
Marcus era la muerte.
El dia en que la había
detenido de suicidarse, él ya sabía que alguien moriría lanzándose desde lo
más alto del mirador, por eso había llegado ahí: tenía que recoger el alma del
recién fallecido.
La vio llegar, y la vio
caminar hacia la parte exterior; pero en cuanto ella pasó junto a él… pudo
sentir la enorme y pesada energía que había en su interior, una mala suerte
que equivalía a la total en todo el planeta tierra y que dejaba enormes
manchas a su paso y afectaba en sobremanera a los demás. Justo como era él.
Por el rato en que ella
solo veía el paisaje, él la veía a ella, teniendo una lucha mental de si
dejarla morir o rescatar al único ser como él que había encontrado. Y cuando
la vio soltarse del barandal, aceptando su fin y que él recogiera su vida,
corrió hasta ella y la detuvo. A ella no podía dejarla morir.
Queriendo seguir en
contacto con Vivi fue que empezó a hacerle visitas a la universidad, asi como
a invitarla a comer o a pasear.
Marcus se había sentido
alguien aislado de los demás por siglos, sintiendo el odio y la tristeza de
las personas cuando les quitaba a sus seres queridos. Pero con Viviana a su
lado, aquello parecía ser más fácil de sobrellevar.
Siempre debía haber un
poco de mala suerte antes de que una tragedia que costara vidas ocurriera, de
ahí el dicho “En el lugar equivocado, en el momento equivocado”. Eso eran
Marcus y Vivi, el complemento final del otro. Cuando él entendió que ambos
debían permanecer juntos, ya estaba más que enamorado de la chica con la peor
suerte del mundo. Esa revelación solo sirvió para hacerle entender que no
debía perderla, o ambos quedarían atrapados de vuelta en sus mundos.
Marginados.
A pesar de estar lejos
recogiendo almas, él podía sentir cuando Vivi tenía o iba a sufrir una recaída
(era parte del trabajo), por ende, siempre llegaba antes del suceso y hacia lo
que fuera para animarla. Desde invitarla a comer, llevarla a patinar o
comprarle regalos que sabía que le gustarían. Lo que fuera para que olvidara
la idea de quitarse la vida.
Luego de que ambos
dijeron todo lo que debían decir, se miraron fijamente, los rostros
inexpresivos se volvieron sonrisas y una aceptación a la anterior pregunta
había hecho que el ambiente se animara.
Había costado siglos,
tal vez eras. Pero la muerte y la mala suerte por fin estaban juntos. Y no
pensaban separarse nunca de los nuncas.
Ambos seres catastróficos,
tan desbordantes de amor por el otro, decidieron no perder tiempo y poco más
de un año después ya se estaban casando. Algo sencillo y sin invitados,
incluso sin sacerdote que oficializara la unión. Basto con ir a un bosque en
donde no causaran ningún daño a nadie, recitaran sus votos y le pidieran al
mismísimo Dios que les diera su bendición. Lo cual ocurrió poco después, pues
el cielo se despejo, la brisa soplo, y la mortalidad de Vivi se acabó; ella
nunca más seria una humana, pero estaba feliz, pues pasaría el resto de la
eternidad con Marcus.
Verdaderamente, Viviana
había caído en los brazos de la muerte. Y era su mala suerte la que lo había
guiado hasta él.
La feliz pareja
entonces, fue coronada por el más alto como el dúo de la perdición. Él, el rey
de los muertos; ella, la reina de la mala suerte. Desde entonces, Vivi
participo en los viajes de “negocios” de Marcus, para liberar a su ciudad de
la oscuridad que ella emanaba y empezar a esparcirla por todos los sitios a
los que ambos llegaran.
La historia continua
como ya se supondría. Siguieron juntos desde entonces y hasta el dia de hoy,
estoy segura de que lo seguirán estando aún después del fin del mundo. Unos
años después tuvieron una hija, la mejor de todas las criaturas catastróficas
y la más hermosa también; la llamaron Scarlett, aunque como apodo cariñoso
solían decirle “Desgracia”.
Porque, ya saben, de la
pérdida y el infortunio, nace la desgracia.
La muerte y la mala
suerte son comúnmente despreciadas por todos. Lo entiendo, nadie quiere morir,
y nadie quiere sufrir accidentes. Pero nadie se da cuenta que gracias a ellos
se tiene la vida que tanto disfrutan. Sin malos días, no puede haber buenos
momentos que saquen sonrisas. Y sin muerte y pérdidas dolorosas, no se
apreciaría la vida que queda con los seres amados.
No digo que sean las
designaciones más agradables, pero son papeles importantes que deben seguir
haciéndose a pesar de la desaprobación y el odio que los humanos les dan.
Hay que sufrir y llorar,
para amar y apreciar.
Por eso y mucho más, yo
creo que mi mamá es la mejor mujer en todo el mundo. Nadie podría soportar
tanto como lo hace ella, más lo que sufrió en sus años de mortal. Ojala algún
dia yo viva una historia tan emocionante como la de Marcus Catástrofe y
Viviana de Catástrofe. Mis padres.
ATTE: Scarlett “Desgracia” Viviana Catástrofe
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