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Resumen:
Una joven da asilo en
su hogar a una desconocida durante el día de muertos, mas en el transcurso de
la noche el comportamiento de su extraña visitante la inquieta al grado de
arrepentirse de su decisión. Ésta le da una encomienda para después
desaparecer y conducirla a un funesto descubrimiento.
Era una noche fría y lóbrega, con un espeso viento cargado de rumores espectrales, y un profundo hedor a humedad; era 2 de noviembre.
Era una noche fría y lóbrega, con un espeso viento cargado de rumores espectrales, y un profundo hedor a humedad; era 2 de noviembre.
Mantenía la mirada fija
en la llama danzante de la vela que había sido colocada justo en el centro de
la cripta, mientras escuchaba con indiferencia nuevamente la historia de la
vida de mi abuela. A fuerza de su repetición a lo largo de los años, casi
había logrado memorizar el invariable monologo que, entre otras cosas, narraba
su llegada desde España cuando aún era muy joven, el cómo aprendió la labor de
costurera y finalmente como contrajo matrimonio.
El oscuro cielo
nocturno comenzaba a iluminarse con las primeras estrellas. Las familias
habían comenzado a aglutinarse en el cementerio desde la mañana, pretendiendo
honrar a sus difuntos acorde a la tradición, pues se suponía que era la única
noche del año en la que se les permitía visitar el mundo de los vivos.
Estaba agotada al
límite de mi resistencia, apenas podía mantener los ojos abiertos contemplando
el altar. Usando mi fatiga como excusa, conseguí retirarme, aunque no sin
antes recibir una sarta de argumentos respecto a la importancia de velar
durante toda la noche.
La casa en la que
residía había pertenecido a mi abuela y había pasado a la propiedad de mi
padre una vez que ella falleció. De día, el conjunto le resultaba feo a casi
cualquiera; Por la tarde, era lúgubre; Y de noche, siniestro. Era una casona
de estilo colonial ubicada al sur de Michoacán, la envolvía una sensación
deprimente y una atmósfera tétrica, pero aun con esto era una propiedad muy
bella -aunque seriamente afectada por el transcurso del tiempo- y vivir ahí
era soportable.
Una vez concluido el
tradicional ritual de cada año, volví a casa sola, como ya era costumbre. La
hasta entonces mansa lluvia y el estrepitoso sonido de los rayos que me
acompañaron durante todo el camino, iluminando apenas la calle durante una
fracción de segundo, aumentaron su violencia, aunados a la inconfundible
sensación de una mirada siguiéndome a cada movimiento. A pesar de sentir un
sudor frio recorriéndome la espalda, deje escapar una leve risa forzada,
dudando de mis sentidos, pues la calle se encontraba repleta de transeúntes y
considere que traslucir cualquier inquietud sería patético.
Ya avanzada la noche,
sin poder conciliar el sueño debido al estado exaltado en que se encontraba mi
mente, me senté en el frente de la casa a leer un poco acerca de filosofía.
Las personas cruzaban por la acera de manera distraída, parecía no importarles
la hora que era vigente. La noche era lluviosa y sin luna. El paisaje, aunque
lúgubre, me producía un extraño placer, pues no había ninguna situación
horrible o indeseable que me hiciera sentir temor. Me encontraba con la mirada
absorta en mi libro de autor alemán, perdida profundamente en la lectura,
cuando un débil frufrú de vestidos que acompañaba la sensación
inconfundible de dos dedos rozándome la nuca me hicieron alzar la mirada;
Frente a mí había una mujer de mediana estatura y figura delgada, tenía el
semblante austero que era débilmente iluminado por una sonrisa. Vestía un
estilo anticuado y sus ropas estaban un poco roídas, dejando al descubierto
escasos centímetros de piel pálida. Su rostro era enmarcado por descuidados
bucles castaños que se precipitaban hasta sus hombros. Tenía una nariz fina y
labios delgados que se trazaban en tono grisáceo. En el centro de su rostro
mostraba unos ojos de profundo color negro que relucían de manera excepcional.
El brillo proyectado en ellos era lo único que podía constatar cierto grado de
vida en la mujer, pues parecía que para proyectar esa belleza habría sido
necesario robar dos luceros a la bóveda celeste.
Se mantuvo vacilante
bajo la lluvia algunos instantes, hasta que torpemente avanzó tres pasos hacia
mí. No me hubiera molestado su presencia de no ser porque mantenía al mirada
fija sobre mi persona Tenía un aspecto desorientado.
-Disculpe, ¿observa
algo particular en mí?- le dije, pues ya no soportaba más su mirada.
-Oh, disculpe mi
descortesía, me preguntaba si podría hospedarme en vuestra casa por esta
noche- respondió con voz ahogada, como si viniera de otra parte que no fuera
su cuerpo.
-Lo lamento, no puedo
hacer eso.
-Le pagare bien- repuso
-No es dinero lo que
deseo. Supongo que ha de entender que usted representa una completa
desconocida para mí.
-Por caridad, le ruego,
no me deje sola esta noche.- su rostro tenia marcado un rastro de sufrimiento,
y sus ojos reflejaban una infinita tristeza. Aquellas palabras pronunciadas
con dificultad sonaban como un grito desesperado rogando por auxilio, así que
casi en contra de mi voluntad accedí, pensando que aun si ella albergaba en su
mente la idea de ocasionarme algún mal, su endeble constitución no
representaría una amenaza real a mi integridad.
La casa solo contaba
con tres habitaciones dispuestas para el uso; una de ellas era la mía, y
obviamente mi inquilina de ojos saltones no podría dormir ahí; La otra había
pertenecido a mis padres, por lo que se encontraba bajo mi resguardo, y la
última se encontraba bloqueada desde mis más antiguos y vagos recuerdos.
-Lamento decirle que no
tengo ninguna habitación para usted, ni siquiera por esta noche. Si lo que
desea es un breve resguardo de la tormenta, siéntase en la libertad de reposar
en la sala.
-¿Habéis olvidado
aquella?- dijo, señalando la habitación prohibida. Casi en contra de mi
voluntad, y fastidiada por aquella mujer, cogí un grueso manojo de llaves de
la cocina e intente abrir las cerradura con todas ellas sin obtener resultado,
hasta que llego el turno de una llave antigua, quizá tanto como la casa, y
entonces la cerradura se abrió emitiendo un chillido ensordecedor. Eche una
mirada profunda al lugar, estaba impregnado de una repulsiva y maloliente
decrepitud. Era amplia y de techo muy alto, solo los muebles cercanos a las
ventanas quedaban iluminados por errantes rayos de luna, el resto se escondía
en una lóbrega penumbra. La mujer se encontraba con la mirada perdida en mi
pequeño altar de muertos. Mirando con especial atención la fotografía de mi
abuela, luego la de mis padres, en ese orden.
-¿Cómo fue que habéis
conseguido esta propiedad?- me pregunto sin apartar la mirada de la
fotografía.
-Fue una herencia-
respondí, un tanto incomoda respecto a su cuestionamiento.
-¿Ellos son vuestros
padres?-Desconocía su procedencia, pero me resultaba intolerante, igual que su
acento. No parecía notar que su habitación se encontraba preparada.
-Sí, así es.
-¿Podría conocer
vuestro nombre, querida?
-Soy Victoria Posada
-respondí con aspereza. Observo su imagen durante un momento frente al espejo,
acariciando el reflejo de manera curiosa con sus pálidos dedos.- ¿Le gustaría
comer algo?
-No, es muy amable,
pero ya he merendado con algunos familiares.-Arque las cejas, no me explicaba
porque si tenía familia había ido a mendigar asilo a mi hogar.- Pero
ellos-musitó - me han negado el asilo y la compañía humana esta noche.- La
mire enternecida, puedo jurar que casi sentí lastima por ella.
-Disculpe-interrumpir
su relato-, esta será su habitación, aunque me temo que no se encuentra iluminada.
-Descuide, es perfecta-
me miro conforme, con una sonrisa frágil en sus pálidos labios, en ese
instante, algo indudablemente humano figuraba en sus ojos- si no le
inoportuno, me atrevería a pedirle un favor…
-¿De qué se trata?-
Pregunte indiferente e inconforme con su confianza.
-¿Podréis llevar esto
al cementerio por la mañana?- dijo, entregándole un gran medallón dorado
envuelto en un fino pañuelo blanco.
-¿Cuál es el motivo de
tal encomienda? – pregunte, seriamente extrañada.
-¡Ah! Debí asumir que
me cuestionarías. No le culpo. Cualquiera se negaría a realizarlo. La verdad
es que me hallo perdida. Todo en mi entorno me resulta desconcertante. Solo
albergo una certeza…- No dijo más. Su mirada se perdió en un punto muerto del
espacio. Intrigada por aquel extraño comportamiento interrumpí su fantasía.
-Lo llevaré por usted.
-Le agradezco,
querida.- Me indico con exactitud a donde debía llevarlo, su indicación no me
contrariaba en extremo puesto que el lugar señalado se encontraba próximo al
que yo visité horas antes. Después de terminar la encomienda se fue a su
habitación. Una vez que mi invitada se había retirado a dormir yo hice lo
mismo.
Ya hacia un rato que me
había acostado y una extraña sensación no me permitía dormir. Mi mente gestaba
toda clase de posibles escenarios que me obligaban a arrepentirme de la
decisión de alojar a aquella extraña mujer. Fui poniéndome tensa, al grado que
tuve que incorporarme de la cama. La puerta se encontraba entre abierta, igual
que la ventana, y por ellas se colaba un viento infernal que recorría la
habitación. No podía dejar de pensar en mi invitada, aquel rostro guardaba
cierto rasgo característico que evocaba a mi mente un vago recuerdo de antaño.
No obstante, a la par se me presentaba ignoto.
Salí de mi habitación
finalmente. Me había parecido escuchar que la mujer de los ojos saltones se
retorcía en su cama sin poder dormir, y que la madera de la estructura
de esta crujía secamente al hacerlo. Incluso me pareció oírle gemir y supuse
que tendría algún malestar pasajero. Me sorprendí al notar que ella también se
encontraba despierta, contemplando aun su imagen proyectada en el espejo. De
la habitación prohibida provenían pasos débiles que intente ignorar, pensando
que era imposible cualquier clase de perturbación en ese lugar. Su mirada era
la de una loca.
-¿La he importunado con
mi atrevimiento?
-Por supuesto que no. –
Pareció no escuchar mi respuesta.
-¿No le parece extraña
esta vida? Al que se va le olvidan, y al que se muere lo entierran. De haber
sabido lo que era la soledad, hubiera preferido que me incineraran. Ya no se
preocupe, le prometo que esta será la última noche que me verá por aquí.- Me
limite a ascender, temiendo que compartiera mi casa con una loca. Ese brillo
había desaparecido por completo de sus ojos, y con él la única forma de vida
que parecía habitar su cuerpo. Rió de manera perversa, dibujados una sonrisa
en sus nauseabundos labios. Su risa, lejos de parecer una expresión de alegría
humana, era algo similar al llanto de un niño, pero después se convirtió en un
sonido inhumano y terrorífico. Me despedí y fui a mi habitación con una
sensación extraña y próxima al temor. Cualquiera que la hubiese visto esa
noche, de inmediato hubiera comprendido mi impaciencia por ver el sol.
Por la mañana, la luz
aclarecía todo y descubrí, con inusual placer, que mi inquilina había
desaparecido. Ya al mediodía, dispuse a cumplir con mi tarea, pues aunque la
mujer no podría cerciorarse de si esta había sido cumplida o no, algo me
motivaba a hacerlo. Quizá el temor de que esta volviera si ignoraba su
encomienda.
Camine por las calles
impregnadas del dulce aroma de la canela hasta llegar al cementerio. Ya ahí,
con temor, note que el medallón de la mujer contenía dos pequeñas fotografías
circulares sujetas al marco y visibles solo una vez que este se abriera. Una
era su fotografía, la mostraba alegre y con aire resuelto; la otra, era una
anciana que yo reconocía. Era mi abuela. En su cripta se encontraban los
restos de la celebración anterior; los fragmentos de la vela carbonizada que
eran imposibles de retirar, simples migajas del pan de muerto y las flores de
cempasúchil con menor vida y llamativo que por la noche. En ese momento
vinieron a mi mente un sinfín de recuerdos, y reconocí ante mí la figura de
aquella intolerable mujer. Las sombras de esa habitación gigantesca alejada de
la luz y la alegría, en donde aquella mujer aullaba de dolor, suplicando
misericordia hasta el día de su muerte.
Desde entonces, supe
quien era, lo supe, cuando con mis propias manos cumplí la tarea que me había
confiado tan solo la noche anterior, y en ese gesto descubrí que los restos de
mi abuela no se encontraban en la cripta.
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