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Resumen: ¿Qué sucede cuando la visión o la perspectiva del amor es
distinta, cuando un vecino sin querer escucha situaciones de pareja que deben
de prevalecer en la intimidad de cuatro paredes? ¿Qué sucede cuando el vecino
escucha y tiene una perspectiva e incluso una opinión acerca de ello?
Dos perspectivas acerca
del amor se reúnen en este cuento: la visión de un vecino que escucha todo y
la visión de Marcela, que está herida porque su pareja decide irse.
El amor funciona como
acontecimiento extraño que ensordece y nubla los sentidos, llevándolo al
extremo, al otro yo que funge como un dopleganger, ese yo que es el yo plañidero,
ese yo que es mi yo enfermo, desahuciado, triste y desesperado. Y es que en al
amor ¿Qué es lo sano, lo toxico, lo incorrecto?
Palabras clave: Amor, toxicidad, perspectiva, cosmovisión, suplica, grito,
llanto.
Un nombre al final del
pasillo se escuchó, un nombre, un recuerdo, una súplica y una voz: ¡Emilio, no
te vayas por favor, sin ti, sin ti, mi existencia no tiene fuerza! ¡Emilio! La
voz era intensa, preocupada, alarmante y Emilio era ausente, indiferente miraba
el suelo, con rencor escuchaba las palabras de su mujer, ni una mirada, ni una
palabra, ni siquiera algún movimiento que indicara importancia.
Decidí asomarme y
mirar, deseaba conversar con Emilio y con la suplicante mujer, después de la
terrible escena bañada de indiferencia preferí quedarme a escuchar, palpar las
palabras desesperadas de aquel sujeto femenino ¿Por qué habría sido la pelea?
Y ¿a qué grado? Tanto así para que “Emilio” quisiera irse de su casa, y para
que su mujer gritara con tanta desesperación que si él se iba para siempre, su
vida fracasaría, que su vida no tendría sentido ¿Por qué? ¿A qué grado se ama
tanto como para querer renunciar total o parcialmente a la existencia misma?
¿A qué grado el amor tiene esa fuerza que nos construye y nos renueva
continuamente? Y ¿por qué si tiene esa fuerza de renovación se puede volcar en
contra de nosotros? ¿Por qué? Las constantes preguntas vinieron a mi cabeza
una y otra vez, mientras ella gritaba y no solo se escuchaba la desesperación,
se escuchaba la tristeza y la ansiedad, provenientes de su garganta.
Normalmente no suelo
meterme en los asuntos de mis vecinos, soy una persona a la que no le gusta
invadir la intimidad de los demás, e incluso no le gusta invadir terrenos
ajenos, y ese… sin duda alguna, era un terreno que a mí no me correspondía,
pero, la dignidad de Marcela (sí, me entere por otro vecino que se llama
Marcela) que a diferencia de mí y con distinta perspectiva, aquel sujeto
denigró con su discurso soez y divulgador esparciendo así con los demás
vecinos la pelea que yo estaba reconstruyendo y dotando de modestia amorosa
con todo y sus clamores.
Marcela seguía
sufriéndole a un sujeto que le estaba haciendo caso omiso, los gritos
continuaron, hasta que por fin ella se calmó y recobro un poco la compostura,
su dignidad no estaba completamente derruida. Seguí escuchando solo la voz de
ella, y Emilio ni una palabra, sabía que él seguía ahí, porque Marcela,
definitivamente se dirigía a alguien.
“¡Si te vas a ir, vete,
ya no importa nada, olvida que me conociste en aquella fiesta, olvida que
cruzamos nuestros caminos y terminamos varados en algo, que definitivamente no
tiene ningún sentido!”. Lo último que alcance a percibir proveniente de
Marcela, fueron esas palabras, de verdad quise asomarme de nuevo por la
mirilla de mi departamento, pero recordé que yo no era un vecino cualquiera,
que a comparación de los otros, yo si tenía pudor. Y como es costumbre
en las parejas tóxicas, Emilio regresó, con todo y su incapacidad para comunicarse,
mostrar sentimientos o poder consolar a su mujer. Un nombre al final del
pasillo se escuchó, un nombre, un recuerdo, una súplica y una voz.
- Emilio
—Emilio ¡No te vayas!
Una voz desesperada hizo eco en el pasillo.
—Emilio, por favor, ¡Te
lo suplico, no te vayas!
Era mi voz haciendo
ruido, mi boca temblaba, mis emociones no encontraban ningún tipo de consuelo
y mis ojos desbordaban lágrimas mientras mi cuerpo se arrastraba.
El contemplaba su
reflejo en el sucio espejo, yo contemplaba mi nostalgia y la posibilidad de su
absurdo regreso. Obligarlo a quererme, obligarlo a que sintiera de nuevo
aquello que alguna vez nos unió, nuestro amor siempre fue así: ridículo,
distante, disparejo. Prolongar lo inevitable –susurró–. Aún lo recuerdo,
sucumbí ante la desesperación, era humillante tener que verlo a la cara, tener
esas ganas de besarlo de nuevo ¡Emilio! Cada letra de su nombre flagelaba mi
piel, sentía correr el calor de mi sangre por todo el cuerpo cuando rogaba que
volviera. Aún recuerdo esa última vez, la mirada vacía, el tono indiferente de
su voz, el color de esa piel que –según yo– imploraba ser tocada.
¿Qué le pasaba? Un día
como cualquier otro desperté, estaba él a mi lado, con su cabello revuelto,
envolviéndome en sus brazos, sonriendo distraído. Desenterrar el recuerdo,
quitar el lodo, remover el polvo y cubrirlo nuevamente de esperanzas. ¿Cuándo
regresarás? Murmuré a su oído aquella tarde que lo encontré en el camino,
acaricie el contorno de su rostro y desaparecí. Emilio me abrazo al amanecer,
susurró nuevamente que nunca se iría, me abrazo como si fuéramos un solo
cuerpo. No quise abrir los ojos.
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