Estábamos ahí los dos, una habitación desnuda. Sabíamos que el propósito por el que nos encontrábamos en el lugar era simple. Si hace unos meses me hubieran planteado la idea de un encierro con lo desconocido, me hubiera burlado de ello. Nuestras lenguas, físico, pensamiento y estatus eran muy diferentes, aunque nuestra situación era la misma. Primero llegué yo, estaba disfrutando de los jardines cuando todo se torno oscuro, al poder observar lo que había en mi alrededor solo encontré una habitación, grité todo lo que pude, sin embargo, nadie llegó a mi ayuda. Las comidas eran escasas y la higiene era casi nula. Los días pasaron, pero nada cambio, parecía que me encontraba en la oscuridad completa y una soledad que me consumía lentamente. Un día llegó él, su vestimenta era diferente, aunque sus rasgos distintivos lo hacían muy atractivo. A juzgar por las pocas joyas que le permitieron quedarse, su estatus social era alto. La habitación se volvió una cárcel callada, a pesar de mi nueva
Corren,
los días, temerosos,
Ahogados
en el terror de la incertidumbre.
Y
yo, que no los deseo contar.
Se
me escapan a respiro,
Sin
poderlos detener.
Como
arrojarle oxígeno a la lumbre,
Dejando,
sólo, marcas en la cara.
Columpian
las lágrimas por debajo de los ojos.
Llenos
de anhelos deseosos,
Olvidados
en la efímera eternidad.
Todo
se torna a nada.
Mientras
padre tiempo se divierte,
Arrancándome
partes de mi alma.
Sin
frenos por el torrente camino,
Víctima
de otro amanecer.
Otro
día más se tira a la muerte,
Sin
escucharme pedir piedad.
Es
un volcán de labios rojos,
Que
me destruye, a trazos, la calma.
Atraco
invisible, despellejo de mi ser.
Comments
Post a Comment