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Derrida o la odisea imposible de la amistad
“Ahí
donde crece la salvación crece también el peligro”
Hölderlin
Retrato
de Derrida realizado por Arturo Espinosa. Foto tomada de Wikipedia
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Encontremos
la violencia allí donde no se ve, donde no levanta sospechas.
Escarbemos en la normalidad, en esos principios que al parecer son
incuestionables y que edifican nuestras relaciones de amistad. El
filósofo Jacques Derrida aparece en escena, es el elegido para dar
el giro, para cuestionar la vida desde lo cotidiano y abordar esta
cuestión. El pensador argelino sabe que es en la normalidad donde se
esconde la más temible de las tiranías: la que no se cuestiona y se
valida gracias la fuerza del hábito.
Desde
sus primeros escritos Derrida asume una agenda radical, su actitud
combativa lo lleva a enfrentar los conceptos que se expresan con
mayor naturalidad, esos que resultan inmediatos para cualquier
persona en su día a día. A parte de otras cuestiones como el
amor, el lenguaje y el perdón, es significativa la atención que el
pensador le presta a la amistad. Para el filósofo las relaciones que
implican la presencia del otro resultan determinantes para entender
al sujeto. Es en el otro donde podemos reconocernos, el otro es el
reflejo de lo que somos.
Al
pensar sobre la amistad, Derrida nos arroja a un campo lleno de
conflictos y paradojas. El pensador contamina el concepto tradicional
de la amistad, lo perfila como un acto político donde prima una
relación de poder. El filósofo incluso va más allá y sostiene que
ninguna relación puede establecerse sin la intención de poder. El
otro sólo importa como un medio para alcanzar lo deseado y por tanto
toda relación se establece a través de la disolución. Si el otro
entra en un vínculo conmigo en función de lo que me importa,
termina por disolverse. Sucede lo contrario cuando yo soy el que
cede, soy anulado por el deseo del otro. Es así como la amistad
entra en una lógica de supresión, incluso en los actos más
insignificantes se inscriben bajo esa premisa: En el simple
acto de reclamar la atención del amigo ya hay una intención de
anularlo temporalmente.
Esta
lógica expresa claramente una contienda en la que nunca hay dos
ganadores, Si se resuelve el conflicto quiere decir que alguien gana,
que se impone sobre el otro y lo suprime. Ahora bien, eso no quiere
decir que entre dos personas no exista la compatibilidad y la
semejanza. Todo lo contrario, el hecho que permite la amistad es
precisamente que se establezcan acuerdos sobre los intereses de cada
cual. Pero el conflicto nace de esos acuerdos. Siguiendo las
lecturas de Nietzsche, Derrida afirma que siempre en la semejanza es
uno el que asemeja al otro. Es uno el que inicialmente impone las
reglas, uno define y el otro cede.
A
esta relación de dominación esporádica hay que sumarle otro factor
determinante para que exista la amistad. Se trata de la reciprocidad:
La necesidad de que el otro responda a mis actos, que presente dones
equivalentes a los que yo le profeso. Derrida arremete contra este
concepto, para él la reciprocidad se esconde bajo un interés
transaccional que afecta las expresiones genuinas de la amistad. La
amistad no puede ser reciproca porque convierte el acto de dar en un
intercambio, una suerte de relación económica donde yo doy
esperando una recompensa del amigo. Sin embargo, ¿si no se
espera nada del amigo es posible la amistad? en este punto nos
encontramos con una paradoja, el dar no puede desembarazarse del acto
de esperar, es nuestra condena y nuestra imposibilidad de ser
enteramente libres. Es decir que sólo amamos al amigo en tanto
esperamos alguna retribución de su parte.
Este
punto tan conflictivo nos hace plantearnos la amistad en nuevos
términos. Primero nos encontramos con que la amistad entre dos
iguales no es posible en tanto hay un dominador y un dominado, y
ahora nos encontramos en que no es posible la amistad desinteresada
porque que siempre hay un interés de por medio. A esta nueva
cuestión Derrida le suma otro punto determinante que también surge
de indagar a profundidad sobre los beneficios de la amistad.
Derrida
pone en entredicho la benevolencia de los amigos. A pesar de que un
amigo no busca de manera consciente hacernos daño, es poco lo que
puede aportarnos para mejorar como personas. Esto se debe a que al
momento de suprimir el conflicto con el otro entramos en un estado de
suficiencia que no nos permite conocer nuestras debilidades. Caso
contrario sucede cuando el enemigo ataca. El extraño, el que es
ajeno a nosotros irrumpe para hacernos daño y es en ese ataque
cuando vislumbramos nuestras propias limitaciones y somos conscientes
de nuestros puntos débiles.
El
enemigo entonces nos habilita, nos obliga al movimiento y la
expiación. La intención del enemigo por destruirnos provoca que
hurguemos en zonas que no operan en el sosiego de la amistad. Por
eso no se equivoca Nietzsche al decir que mi mejor amigo es mi peor
enemigo. Es precisamente en la cercanía y en la ausencia de
conflicto de la amistad la situación de menor provecho para nuestro
crecimiento existencial
El
veredicto de Derrida no puede ser más desmoralizador, reivindica la
imposibilidad de relacionarnos con el otro en tanto es imposible
salirnos de nosotros mismos, de arrancarnos la necesidad de desear,
de siempre esperar algo a cambio y de trascender sin conflicto. Sin
embargo, el filósofo deja un camino abierto para replantear la
concepción de la amistad. Un camino por lo demás donde las
fronteras entre la noción de “amigo” y “enemigo” se
revalidan y nos hacen pensar en una nueva forma de vernos.
Es
desde esa nueva posición que tenemos que plantear una nueva noción
de amistad. Quizá la respuesta esté muy cerca a lo que Epicuro
planteó casi dos siglos antes que el filósofo argelino. El griego
pensaba que el éxito de la felicidad estaba en evitar a toda costa
la dependencia, en buscar una relación sin sujeción, en estar
conscientes de la transitoriedad del amigo y saber que su presencia
es simplemente un destello del azar, un brillo que no nos pertenece y
que tarde o temprano se esfumará, un capricho del destino que, así
como lleva a la gloria, también puede llevarnos a la desesperanza.
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