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Convocatoria séptimo volumen

 

Historia Corta - Velo involuntario

    El respaldo de la cama era terriblemente incómodo. Escuchaba el tic tac del reloj más fuerte de lo normal. Se sentía muy sola y temerosa en la habitación del hospital. Enfrente de ella se encontraba una enfermera dormida en un sofá, sosteniendo un par de papeles sobre sus piernas. La señora Elisa cavilaba con tristeza en memoria de sus padres, recientemente asesinados en un atraco. Le costaba ver que hubiera tanto odio alrededor. De eso era de lo que todo se trataba. Y no del odio hacia otros, sino a uno mismo. Si realmente no tuvieran ese sentimiento, no harían daño a nadie.
    La puerta se abrió bruscamente, interrumpiendo así sus pensamientos.
    Gael entró sigiloso al percatarse de que la enfermera estaba dormida. Y le dio a Elisa un beso tierno en la frente, mientras que ella asentía a todas las preguntas que él le hacía. No tenía ánimos de hablar.
    La enfermera despertó al abrirse la puerta por segunda vez. Se levantó a checar a la paciente dejando de lado los papeles, y salió enseguida.
    A Elisa le brillaron los ojos al ver a Ariana. Como una mamá amorosa y preocupada, no solo cuidaba a su hija, sino que la sobreprotegía. Y lo hacía más desde hace algunos años, cuando los médicos les habían dicho que su hija sufría una especie de amnesia, siendo exactos, un Estado de fuga. Estaban seguros de ello, por algunos episodios que Ariana había tenido con anterioridad. Y que, por fortuna para sus padres no llegaron lejos. Les explicaron que es cuando alguien se ausenta de uno mismo inesperadamente, haciendo que no recuerde su vida pasada, ni lo que hizo en ese lapso de ausencia al volver a ella. Es un estado que puede durar desde minutos hasta años.
    Ariana abrazó a ambos, los sentía tan vulnerables, que sintió, por primera vez, que podía cuidar de ellos sin ayuda de nadie.
    Se retiraron del hospital, después de que Elisa había pasado las últimas veinticuatro horas ahí.
    Era un día nublado con mucho viento. Para cuando llegaron a su apartamento la lluvia ya se hacía presente.
    Durante la cena hablaron de cosas peculiares. Ariana no quería volver a ver a su mamá llorar. Sólo deseaba que pasara un rato sereno. Aunque fuera uno muy corto. Por eso, evitaba a toda costa el tema de sus abuelos. Los cuales iban a ser cremados al siguiente día. No habría ningún tipo de ceremonia religiosa. Y como última petición, sus cenizas permanecerían en la casa donde vivieron juntos toda su vida. Si la demolían, la vendían, o hacían cualquier cosa que quisieran con ella, no les importaba, sólo querían permanecer allí.
    La cama no estaba hecha, y había olvidado su teléfono en el tocador detrás de su loción. Lo buscaba, pero no lo veía por ningún lado. Se rindió y se acomodó para dormir.
    Al cabo de un rato, escuchó el sonido del timbre de su celular. Lo encontró enseguida. Pero no tomó la llamada, porque no tenía guardado el número, y por tal razón, se imaginó de quien podría tratarse. Volvió a sonar, pero Ariana cortó la llamada inmediatamente. Después le entró un mensaje. << Te extraño. >> Leyó. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Siempre se las arreglaba para conseguir su número. No importaba que lo bloqueara o que ella cambiaria de número.
    Y sólo se le acercaba cuando la veía sola, pues era cuando más vulnerable le parecía a él.
    El último día de clases para salir de vacaciones de la Universidad, la empujó para meterla al baño de hombres tapándole la boca. Allí intentó besarla, pero ella lo pateó al tiempo que gritaba. El director con llave en mano abrió la puerta, porque un alumno que quería entrar al baño en ese momento, la escuchó gritar, y fue en su ayuda.
    Jamás se había atrevido a contarles nada a sus padres acerca de él. Porque la tenía amenazada con hacerles daño si lo hacía.
    Usualmente, lo veía por la ventana asomándose detrás de un árbol, o simplemente parado frente al apartamento fumándose un cigarrillo. Tiraba las colillas afuera del edificio, y un vecino que ya lo había visto hacerlo en repetidas ocasiones, siempre le decía que iba a llamar a la policía si seguía así. Este lo ignoraba, y se marchaba después de fumarse otro y de tirar la colilla.
    Ariana batalló para conciliar el sueño, pensaba temerosa en Sebastián.
    Era una tarde de viernes ventosa. Las amigas de Ariana, la habían invitado al teatro desde hace meses, por el cumpleaños de Renata. La obra en escena era una de las favoritas de su amiga, la cual se había estrenado hace sólo unos días.
    Ciertamente, no se sentía con ningún ánimo de abandonar su cama, pero tampoco sabía cómo disculparse con sus amigas por no ir, aunque ellas sabían el estado actual de su familia y no se molestarían. Pero, aun así, Ariana se sentía mal por no asistir, y ni siquiera había respondido a sus mensajes de la mañana.
    Elisa tocó su puerta, cosa que regularmente no hacía, y entró sin esperar respuesta. Contempló a su hija con el semblante triste. Recordaba que ese día tenía una cita para ver “El baile de la percepción”. La animó a que fuera, ya que ella y Gael tenían asuntos que atender. Ariana bufó, parecía que su mamá se quería deshacer de ella. Y le parecía algo ingrato, ya que la había estado apoyando demasiado con la muerte de sus abuelos. Estuvo con ella toda la noche sin dormir en el hospital, velando por que no la volvieran a atacar los nervios. Y ahora, que se sentía culpable por abandonarla en una situación así, quería que se fuera. Eso la molestaba, pero sin más, aceptó ir.
    La dejaron en el teatro alrededor de las cinco. Renata y Gabriela ya estaban ahí. Ariana había envuelto el regalo en una caja morada.
    Luego de abrazos y felicitaciones, entraron al teatro. Ninguna de las amigas se animó a sacar el tema del asesinato. Pensaron que de nada serviría, sino solo la empeorarían más, pues la conocían, y ya que en ocasiones así era mejor hablar, con Ariana pasaba lo contrario.
    La función finalizó al minuto ochenta.
    Subieron al carro de Gabriela donde estuvieron detenidas un rato charlando sobre la obra. Antes de arrancar, Ariana salió del auto para ir al baño, caminó dos manzanas para llegar al teatro, y se detuvo en la entrada de este, volteando a ambos lados. Se cruzó de brazos tratando de disimular que no sabía en dónde estaba, ni que hacía ahí. Le pasó por la mente la idea de que iba a entrar al teatro, por lo obvio de en donde estaba plantada, pero para nada le sonaba aquello.
    Se hizo a un lado para no estorbar a la gente que pasaba. Observó detenidamente a su alrededor. Estaba muy confundida, y por tal razón, no sabía qué hacer.
    Al cabo de unos minutos, decidió caminar en dirección opuesta del lugar en donde se encontraban sus amigas.
    Anduvo varias manzanas, y se detuvo frente a un café. Entró y escogió una mesa del fondo para sentarse. Era un lugar colonial. Un mesero se le acercó a tomarle la orden, pero Ariana aún no se decidía, ni siquiera se había dado cuenta de si traía dinero. Cuando se alejó, tuvo la sensación de voltear a la entrada del lugar, pues se sentía observada. Un joven no le quitaba la vista de encima. Se sintió incomoda y desvió la mirada hacia el estante en donde se encontraban los pasteles. Después se paró para ir baño, casi olvidaba que por ese motivo había entrado al café. Al volver a su asiento. El joven se le acercó. Le hizo una seña con la mano que significaba si podía sentarse. Ella negó vehemente. Sebastián ignoró su respuesta y se sentó sin decir nada.
    Se prolongó un silencio que parecía no tener final. Ariana tentó en irse. << Pero ¿por qué habría de hacerlo? Fui yo quien eligió aquí. >> Pensó.
    Sebastián esperaba impaciente a que dijera algo, lo que sea. Y ciertamente, estaba muy sorprendido de que ella no había huido. Así que, le pasaba por la mente lo que le podría estar pasando, no quería arruinarlo.
    Tomó valor para presentarse y titubeó antes de hacerlo, solía ser muy seguro de sí mismo, sólo que, con esta nueva fase de Ariana no sabía cómo podían presentársele las cosas. Ella también estaba insegura, pero no quería que se le notara. El mesero volvió a acercarse, y ambos pidieron un vaso de agua. Luego de sus respuestas, se guardó su pequeña libreta en el pantalón, y de mal modo les avisó que si no ordenaban algo del menú se tendrían que retirar. Dicho eso, fue por sus vasos de agua.
    Sebastián le hizo una confesión a Ariana, diciéndole con una sonrisa que la verdad en ese momento no contaba con dinero para un lugar como aquel. Aunque Y con timidez, ella le confesó que tampoco traía. Entonces, él la invitó a salir de ahí. Se fueron sin que el mesero se diera cuenta, así que, al llevarles los vasos de agua y no verlos, se irritó.
    Renata y Gabriela ya no sabían en dónde buscar, ni qué hacer. Ya habían ido al teatro, y a los alrededores. Se encontraban desesperadas, su amiga no había vuelto en dos horas.
    No se les ocurría como podrían localizarla, pues su teléfono estaba en el coche dentro de su bolsa.
    Ya se imaginaban lo que le habría pasado, o tal vez exageraban respecto a eso, y sólo era una coincidencia, y Ariana se entretuvo con alguien en algún lado. También creían que la pudieron haber secuestrado, y entonces se asustaban aún más, pensando que estaban exagerando de nuevo.
    Como última alternativa y para no estar perdiendo más tiempo, Gabriela le dijo decidida a Renata que tenían que hablar con la mamá de Ariana. No querían hacerlo hasta tener algo claro, y también porque a ratos tenían la vaga esperanza de que ella regresaría.
    Renata estaba nerviosa y no se animó, así que lo hizo Gabriela.
    A Elisa le acababan de entregar la urna con los restos de sus padres. Y en ese momento, su celular empezó a vibrar, se alejó para atenderlo. Y cuando respondió, su mirada se perdió en ningún lado. Gael se acercó a preguntarle que qué pasaba.
    -Se fue. –respondió secamente.
    Su esposo comprendió enseguida lo que acababa de decir. Llamó a la policía, quienes le dijeron que no podían hacer nada hasta que pasaran veinticuatro horas.
Elisa se sentía tan culpable, no solo por haberla dejado ir, sino por insistirle a que fuera. Siempre la protegía demasiado, y por un instante en que quiso soltarla un poco. Pasó lo que más temía que le pudiera ocurrir.
    Pensó que jamás volvería a verla.
    Sebastián y Ariana caminaban por las calles bajo la noche mientras hablaban de sus pasatiempos, en particular. De hecho, era ella la que escuchaba, pues no estaba preparada aún para mencionar algo de lo que en realidad no estaba completamente segura. De vez en cuando dejaba de escucharlo, poniendo atención a su alrededor. Empezaba a dejar de sentirse un poco perdida cada reconocía lugares.
    Sebastián era un buen amigo. Y estaba agradecida con él porque le había devuelto su nombre. Ya no se sentía como una extraña consigo misma. Todo le parecía natural, o eso quería creer. Quizá estaba creyendo ciegamente, por la impaciencia de saber quién era, y de dónde provenía.
    La central estaba cruzando. El pueblo se encontraba a cuarenta minutos de ahí.

                                     Martes, 2 de marzo 1989.

    Hoy desperté en este parque, y escribo esto sobre una servilleta ya usada que encontré tirada, le pedí prestada una pluma a una señora muy amable. Tal vez podría tener la edad de mi mamá, si la conociera.
    Traigo puesta ropa limpia, pero no recuerdo qué hago aquí, y mucho menos quién soy. Quizá me golpeé fuerte la cabeza. No lo sé.
    Ya estuve caminando cerca de aquí, tratando así, de despabilar mi mente y poder recordar algo, cualquier cosa, por insignificante que fuera.
    Vi un café que robó mi atención. Ya no estaba en funcionamiento. Le pregunté por el al señor de la florería de junto. Y me comentó que lo habían cerrado hace tres años porque había quebrado. Por dentro parecía como que había sido un lugar agradable.
    Estoy escribiendo esto porque quiero guardar mis memorias.
    Y espero recordar pronto quién soy, sino pasa, continuaré mi vida así, pero mientras, permaneceré sentada un rato en esta banca.

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