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Aquella
era una chica fantástica, era tan agradable a la vista, como si
miraras un atardecer eterno, sus ojos infinitos te invitaban a ver
las estrellas reflejadas en ellos pero si algo te deslumbraba era su
sonrisa, la cual te contagiaba como la alegría del primer beso.
La
chica de la estación de tren, vivía sus días trabajando por las
tardes, cuidando de la gente en la estación los ayudaba cuando
estaban perdidos o les decía la hora a los despistados, era en
definitiva un ángel del servicio al cliente. Pero también tenia
sentía un poco de soledad. La gente que bajaba del tren iba toda
presurosa y la que subía solo tenia ojos para sus celulares. Y así
sus días pasaban como las gotas en un día lluvioso. Hasta que
conoció a un maquinista, aquellos hombres que manejan los trenes.
Era muy guapo y a la distancia se veía tan agradable, la chica quedo
encantada con la fugaz presencia de aquel hombre, ya que solo podía
verlo cuando el tren dejaba pasajeros. Se intercambiaban miradas que
decían mil palabras, por lo menos la mirada de ella de verdad
cantaba a todo pulmón lo que sentía y cuando debía marchar el
tren, le daba la señal con la mano como si una princesa de estuviera
despidiendo de la muchedumbre.
Pero
a nuestra chica le faltaba el valor para dar el siguiente paso, en lo
que llevaba trabajando en la estación nunca le había dirigido la
palabra a su romeo de las vías,
Pero
ella se conformaba con solo mirarlo a través de la ventana de la
locomotora del tren.
Hasta
que un día pasó algo diferente, en la estación apareció esperando
el tren con dirección al sur, un chico que bestia de negro, polera,
zapatillas y pantalones todo a juego con el color de la noche, hasta
su pelo daba indicios de que lo coloraba del negro color. Tenía una
mirada juguetona como la de los niños pequeños y sus ojos brillaban
en una inteligencia que parecía de una persona muy vieja, aunque no
pasaba de los veinticinco años. Este chico paseaba entre la línea
amarilla que separa el anden de las vías. La chica de la estación
de trenes le dijo amablemente
-detrás
de la línea amarilla, por favor-
El
chico la miro con un tono de broma en sus pupilas.
-tranquila
no quiero conocer como son por debajo los trenes, dicen que son
horribles-
La
chica esbozó una tierna sonrisa y comenzó a hablar con el.
Conversaron de temas muy triviales, desde la gente que se lanza a las
vías y uno que otro chiste. Pronto el tren que esperaba entro a la
estación. El chico de negro se despidió amablemente y lo tomo
aprisa, una vez dentro del vagón se despidió con la mano y una
tierna sonrisa.
A
la chica le agradó mucho aquel muchacho, se veía interesante y era
raro encontrar gente como el en la estación. La tarde siguió en
calma y aunque no vio a su Romeo de las vías se fue a casa con
el corazón tranquilo.
El
tiempo paso y su romero de las vías y sus furtivas visitas le
llenaban el corazón de una alegría tan sincera que le florecía la
sonrisa en los labios.
Empezó
a hablar mucho con le chico de negro, el pasaba por su estación solo
los lunes por la tarde pero le era suficiente, encontró en el un
amigo sincero y le contó lo de su romeo de las vías
-si
yo fuera tu, le diría- respondió el
-
claro que lo harías te creo capaz de eso y de muchas cosas mas –
le dijo con un tono de burla infantil. El chico se puso a reír y le
dijo:
-
las impresiones que tienes de mi, pero si estas en lo correcto, yo le
hago un cartel escribiendo todo lo que siento y se lo mostraría al
pasar su tren y asunto resuelto- termino con un aire triunfante. Era
todo un payaso pensó la chica del muchacho de negro. Pero le
agradaba eso de el, hacia parecer todo tan fácil.
-
bien- dijo ella
-
encontrare una forma de decirle pero no tan de novela romántica como
la que me dices tu-
-
oh vamos le quitas la magia, seria una gran historia- le respondió
el chico de negro entre cerrando los ojos al reír.
El
chico tomo su tren se despido de la chica de la estación y le hizo
un gesto con el dedo índice tocándose la frente en señal de que
recordara lo conversado, ella le devolvió el gesto con una risa
traviesa.
Pasaron
las semanas, el chico de negro se presentaba mas seguido por la
estación, hablaban de tantas cosas, filosofía del amor, la gente
que pasaba y uno que otro personaje digno de una risa descontrolada.
También tocaban el tema de su romeo de las vías el siempre le decía
que se arriesgara, que el a mundo pertenecía al que se atreve, que
vale mas un no dicho que una duda eterna. Siempre le daba ánimos
para que viviera una vida digna de ser contada.
Y
así paso el tiempo, y el gusto por aquel romeo de las vías floreció
como un tímido amor, era como si le hubiera brotado una hermosa rosa
en el pecho. Estaba decidida y se decía a si misma que pronto
tendría el valor de confesar lo que sus ojos ya no podían callar.
Su ya fiel amigo, el chico de negro le aviva el fuego de su
valor y la apoyaba con todo lo que podía.
Pero
un día aquel chico de negro no apareció como solía hacer, por la
estación. Y así pasaron los días y semanas y el chico no aparecía.
Y
pasaron las semanas. Extrañaba a su amigo pero el amor que ya
maduraba en su corazón por su romeo de las vías le dio el coraje
para vivir su día a día, siempre recordaba con cariño cada frase
que le decía su amigo pero una siempre le resonaba en su cabeza con
mas fuerza en especial cuando ya no sentía ganas de seguir.
-si
tienes un por que, siempre enconaras un como para vivir-
Esta
se había vuelto su mantra y se prometió así misma que le diría
sus sentimientos a su dulce romeo de las vías. Por su amigo, que
tanto le animo el tiempo que compartió con el.
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