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Una
ligera brisa empezó a impactar directamente contra su rostro
haciendo que por un momento cerrara los ojos; pudiendo disfrutar del
aquí y del ahora; dejando todo su turbio pasado en el lugar que le
correspondía, trasladándose a una dimensión en donde únicamente
podría existir ella y una completa paz.
Sabía
que en cuanto emprendiera el camino de regreso a su “hogar”
todo
volvería a ser exactamente igual. La indiferencia de sus padres, los
abusos de sus compañeros de clases y sus constantes burlas.
Estaba
harta del ritmo que había adquirido su vida. Solamente deseaba
volver atrás, al tiempo en donde aún se encontraba en el orfanato;
aquel desgastado edificio en donde dio sus primeros pasos, conoció
el valor de la amistad, le habían educado el valor de una familia,
le enseñaron la bella luz que irradiaba su alma y la llenaron de
sueños que… nadie podría destruir.
Probablemente
hubiera querido permanecer por más tiempo en todo ese mundo de
algodón de azúcar; ajena y oculta a la malicia de la raza humana
aquella que tiene el poder de tomar tu ser y manipularlo a su antojo,
aquel mundo realmente cruel que no le importará que seas una
criatura “indefensa”
con
tal de destruirte y dejarte totalmente en la ruina, pero… no le
dieron la capacidad de decidir.
De
poder tomar las riendas de su joven vida.
Simplemente
la habían mandado a llamar esa tarde lluviosa a la oficina de la
madre superiora sin prepararla para el nuevo futuro que le esperaba.
Uno en donde sus recursos económicos sobreabundaban, pero el cariño
y calor familiar escaseaba peor que el agua en un desierto.
Aborrecía
profundamente ese círculo vicioso que se había formado a su
alrededor, llegar a esa gigantesca mansión y pasar todo el día en
soledad, sin un abrazo, un beso o caricia por parte de sus “padres”
y toda esa apatía se sentía como si su corazón se estuviera
partiendo en millones de pedazos y pequeñas estacas de cristal se
incrustaran en su pecho. Provocándole un dolor que aun suele cargar
consigo.
Muchos
dirían que no le importaba en lo absoluto lo que le ocurriera; pues
mostraba fastidio ante todo y todos. Pero eso solamente era una
pequeña fachada que aprendió a crear. Poco a poco se alejó de la
tierna niña que era y se empezó a transformarse en esa chica que
llegaba a la preparatoria manejando a toda prisa su nueva
motocicleta; vestida con la ropa más ceñida que podría encontrar y
con la nueva manía de fumar donde fuese sin importar en que sitio se
encontrara.
La
habían transformado sin mostrar un mísero gramo de clemencia y todo
por falta de atención, amor y cariño de una verdadera familia. Y
tristemente aprendió que no todo es puede ser de algodón
de azúcar.
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