Estábamos ahí los dos, una habitación desnuda. Sabíamos que el propósito por el que nos encontrábamos en el lugar era simple. Si hace unos meses me hubieran planteado la idea de un encierro con lo desconocido, me hubiera burlado de ello. Nuestras lenguas, físico, pensamiento y estatus eran muy diferentes, aunque nuestra situación era la misma. Primero llegué yo, estaba disfrutando de los jardines cuando todo se torno oscuro, al poder observar lo que había en mi alrededor solo encontré una habitación, grité todo lo que pude, sin embargo, nadie llegó a mi ayuda. Las comidas eran escasas y la higiene era casi nula. Los días pasaron, pero nada cambio, parecía que me encontraba en la oscuridad completa y una soledad que me consumía lentamente. Un día llegó él, su vestimenta era diferente, aunque sus rasgos distintivos lo hacían muy atractivo. A juzgar por las pocas joyas que le permitieron quedarse, su estatus social era alto. La habitación se volvió una cárcel callada, a pesar de mi nueva
Ella, Clepsidra.
Estaba enfrente de mí, mirándome fijamente.
Yo no sabía que significaba esa mirada, nunca supe y si las cosas siguen así, tal vez nunca lo sabré.
-No te estoy pidiendo nada.
Dijo eso mientras revisaba su reloj de arena.
-Lo sé.
Esa ha sido una de las pocas veces, que he mentido sin gusto. Siempre que digo una mentira, es para diversión, ya sea mía o de los demás.
Me gusta pensar que algún día el tiempo cambiara esta historia y esa mentira se transformara en una anécdota graciosa. Hasta el día de hoy no ha pasado.
Los recuerdos traen los nervios de regreso, como si el tiempo fuera relativo y por lo tanto manipulable.
Un sonido de tic-tac interrumpió mis divagaciones y ya sin poder pensar, solo pude ver con atención el lugar en el que estaba.
Era un cuarto con varios relojes colgados, unos en la pared, otros en cuerdas... unos digitales. Y el de arena, justo en el centro, enfrente de mí.
-Hay... varios relojes aquí dentro…
-No son míos. Yo no soy la que está midiéndote el tiempo.
Ni mentira, ni verdad. Ni teniendo un diccionario completo en la cabeza, ni así hubiera encontrado una sola palabra para contestar. Creo que balbucee algo, dudo que haya sido alguna palabra completa. Y si lo fue, no creo haber dicho alguna frase coherente.
-No quiero revolución. No sé... No tengo la menor idea de cómo cambiar. Lo que sea.
Recordé mi sueño.
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-¿No quieres estudiar conmigo?
-No. El latín es una lengua muerta.
-No es ese libro.
-Ya me sé todo Arlt de memoria.
Cerré la puerta. Siempre que estaba cerca, tenía esa sensación de vomitar, estaba tan lleno, que sentía que solo vomitando podía hacer un poco de espacio para esto.
Pensándolo bien ahora no se si yo estaba lleno, o ella lo hacía a propósito.
Ni quiero saber.
El mismo 31 de octubre, se acercó una vez más a mí y me dijo que se iba.
-Pero me llevo un recuerdo.
Quise dejarla, que se llevara algo, pero no pude moverme. Me empape de sudor y de temor.
No quería que se fuera sin nada, me daba miedo dejarla ir sin nada, me daba miedo ser egoísta, pero ser egoísta salva vidas. Alguien me dijo eso una vez.
Alcance a poner un espejo en mi pecho. Y todo paso al revés.
Metió su mano dentro pero todo estaba volteado, creo que saco su propio corazón.
No me dejo nada, y no se llevó nada. Pero me había cambiado.
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-¿Para bien o para mal?
Su pregunta me hizo abrir los ojos.
Estaba en el cuarto de los relojes de nuevo. Muchos de ellos habían dejado de funcionar.
-No importa. De todos modos, volveré a cambiar.
-¿Cuando?
-No sé.
Mis manos sudan mientras escribo esto. El reloj dio vuelta una vez más.
Ojalá la arena se saliera.
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