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Convocatoria séptimo volumen

 

Historia Corta - El rostro que fui

El rostro que fui


Nota Editorial: Debido al tamaño de la obra esta se presentará en dos números, la primera parte se encuentra en esta revista y la segunda aparecerá en el numero uno del año dos.


Prólogo:
Felici y Marion… ellos eran uno en dos. Ella lo amaba, pero luego de su propio engaño quedo despiadada. Él ya nunca volvería a perdonarla siendo que aún por las noches soñaba con ella, es solo que el dolor lo cegaba, ella se dejó llevar por un momento de deseo y sus labios a otro pertenecieron, pero aún estaba enamorada solo de él, solo del primero, él era el único por el que suspiraba sin consuelo. Él lo sabía, por eso la castigaría, sabía que ella por él la vida daba, pero quería esta vez cobrar venganza. La decisión ya se había tomado, la suerte había sido echada; Francia estaba a punto de quemarse ante la rabia y el dolor, la rabia de los dos y el dolor que no cesaba, aún no podía soportar el recuerdo de ver a su mujer acariciando otro rostro, mirando otra cara, tocando otras manos, besando otra boca, perdiéndose en otra mirada. Las apariencias lo engañaron, ¿pero como culparlo?, ahora ella tenía que hacerse cargo, y cargar con el peso de este amor tan profundo, tan grande, de este amor y su precio. El precio era el propio peso de su decisión, cambiarse el rostro por su amor, para volver a estar con él, para que la vuelva a querer.

Capítulo 1:
Miramientos:
Día 13, mes 12, año 1950. Felici y Marion habían discutido de nuevo, esta vez por el asunto de las cuentas, ella quería trabajar, pero él no se lo permitía, era absurdo, era intolerable que siendo profesional no pudiese hacer lo que amaba tanto, ya era suficiente para él que ella fuera médica cirujana plástica, y no tenía porque salir a trabajar, pero ella quería su independencia y no lo podía soportar. Después de todo, se habían conocido en la Universidad, ahora estaban casados hace seis años y él debía de respetarla y quererla tal y como ella era. Además, ya eran maduros y responsables para lograr entender a la perfección que era lo que querían los dos, ella tenía 30 años y él 38; no estaban para jugar a esta altura de su vida, no tenían hijos y llevaban una vida tranquila. No se comprometían a nada que no fuera de su agrado, eran bien parecidos, lo que al principio los había unido tanto, ahora a veces parecía separarlos, pero de algo no había duda, se amaban, estaban completa y totalmente enamorados, la rutina jamás había vencido su amor, cada uno siempre intentaba de una u otra forma encender la llama de la pasión, sea manteniendo relaciones sexuales, mirando una película, o simple y sencillamente conversando. Lo que tenían de bueno estos dos eran que podían hablar durante horas sin aburrirse, tenían demasiadas cosas en común, su amor por el arte, la pintura, la decoración rústica, ir juntos a conciertos de la Ópera de París a escuchar el piano y deslumbrarse con el violín. ¡Qué triste era que por solo un error se rompiera todo el amor!, o mejor dicho, se quebraría la relación, porque el amor, jamás moriría entre los dos. Tenían una pareja amiga que siempre los acompañaba; eran dos excelentes concertistas, Edward y Marlin, renombrados músicos de la música lírica clásica, eran algo mayores que ellos, buenas personas y magníficos en su labor. Los habían conocido en el primer concierto de la mujer, él la presentó como su esposa y ambos deslumbraron al público, uno tenía lo que al otro le faltaba, él era técnico y ella artista de alma. Él, era el típico que estudia los partituras de piano por horas y ella la que le sale tocar el violín como si hubiera aprendido a hacerlo ayer, por las calles de Francia; Felici y ella eran bien parecidas y se habían vuelto muy unidas en los últimos meses, tanto como Edward y Marion, solo que ellos desde hace más tiempo. Las mujeres siempre somos las que tenemos de que hablar y contar, solo que desconfiamos más, para que alguien sea nuestra amiga tiene que saber nuestros secretos más profundos y eso uno no lo comparte con cualquiera, pero con ella sí podía hacerlo, le daba confianza y al ser más madura que ella podía aconsejarla, no como las otras amigas que le habían quedado de la preparatoria que aún se comportaban como si tuvieran quince años, con ella se sentía bien distinta, su vida con Marion así lo era y así lo había sido desde el principio.
Felici también tenía un amigo, su nombre era Charles, bastante más joven que ella, lo había conocido en las prácticas de medicina hace cuatro años, siempre habían sido eso, solo amigos, pero Marion desconfiaba no de ella, sino de él. Él tenía apenas 23 años, aún no se recibía de médico y parecía (a los ojos de Marion) sumamente interesado en ella. No estaba bien visto que una mujer casada ande del brazo de otro hombre, pero a ella no le interesaban los formalismos, y lo hacía porque consideraba que él era su amigo, pero a su esposo le molestaba, no por desconfianza, sino por el qué dirán, estaba loco de amor por Felici y no quería malos entendidos. En ocasiones él la llevaba a la casa o adonde Felici le pidiera, pero ella no veía nada de malo en eso, jamás confundía los tantos, ella sabía muy bien el lugar de cada quien. Pero los problemas no tardarían en llegar… Felici amaba a Marion, estaba completa y totalmente enamorada de él, pero ya estaba cansada de su actitud con respecto al trabajo. Después de todo, ellos se habían conocido en la Universidad, él era abogado, por eso no era nada justo que él pudiera ejercer de su profesión, pero ella no, fue justo en ese momento que Charles llegó, la iba a llevar a una charla y en ese momento, todo cambió.
-¿Cómo estas hoy Felici?, el muchacho le preguntó.
-Estoy bien, solo que algo molesta, Marion y yo seguimos con los mismos problemas, él no lo entiende; pero vamos a la entrega del chico de tu Universidad, Michel Foucault, me interesa saber que pueda decir de la medicina teórica, aún más siendo un estudiante de Filosofía, con sus 24 años lanzarse a hacer eso, ¿quién se atrevería?, en fin, como te decía, sabes que amo a Marion, pero él no entiende mi punto de vista y ya me colma la paciencia, sentenció.
-Felici, ¡valórate!, mírate, tus ojos marrones, tu cabello oscuro, tu piel tan blanca, eres hermosa…e inteligente, vales mucho, quizás él no te merezca, y no pueda ver que tú no quieres ser como todas las mujeres de hoy, que necesitas ser diferente…
-Ya no sigas, te dije que estoy enamorada de Marion, ¿vamos a la conferencia?, le preguntó.
-Sí, vamos, dijo él, echando un suspiro.
Durante la conferencia pudo notar como él no dejaba de observarla, tal vez le había parecido, pero eso al menos era lo que ella presentía, sus ojos posados en ella; sin embargo, Felici estaba sumamente interesada en la conferencia que estaba escuchando y no le prestaba la menor atención.

Capítulo 2:
La catástrofe:
Salieron de allí y Felici se encontraba molesta porque todos habían preguntado por su esposo, ella dijo que tenía otros asuntos, pero le molestaba que todo el mundo tratara de meterse en su vida, o que no entendieran la independencia de una mujer.
-Te noto tensa, repuso su amigo.
-Repudio que la sociedad sea así, me gusta mi libertad, también es un derecho, eso no significa que no ame a mi esposo, sentenció.
-No te preocupes, ¿y qué te pareció la conferencia de Foucault?
-Me interesó la medicina social como una forma de bio-política. Según lo que dijo el caballero Foucault hay que buscar el origen de la medicina social (y del control social del cuerpo) en la sucesión y confluencia de tres fenómenos, que se dan alrededor del origen del capitalismo: el desarrollo del estado, de la urbanización y finalmente la necesidad de controlar a las nuevas masas de pobres y obreros urbanos.
-En relación a la historia también había datos interesantes.
-Secuencialmente, y en base a los desarrollos históricos y predominio de cada uno de estos tres fenómenos en diferentes países europeos, van surgiendo formas diferentes de medicina social; la medicina del estado, la medicina urbana y la medicina de la fuerza laboral. Esta última es la forma que dominaría sobre las otras y la que sobrevivirá al paso de un siglo a otro; como lo es del siglo XIX al siglo XX. Sin embargo, la medicina social convivio ¡y conviene! y formó ¡y forma! parte del mismo sistema de control social que la medicina privada. La medicina social, además, al enfrentarse a nuevos retos, es un motor importante hoy. Para él, la higiene pública sería solo una forma de la medicina social, específicamente la desarrollada como medicina social urbana para hacer frente a la insalubridad de las ciudades. Parece que con el fin de desmontar la falsa visión histórica de la medicina permanente hasta ahora. La medicina de la fuerza laboral entonces depende del Estado, la cuidad, los pobres, los trabajadores son objeto de medicalización. Los pobres, la plebe, el pueblo, los obreros no se consideran como una fuente de peligro. Me recordó a la epidemia de cólera de 1832; allí se cristianizaron una serie de temores políticos y sanitarios respecto a la población proletaria y plebeya. El miedo a las epidemias se había sumado a la inseguridad asociada a grupos atraídos a la cuidad y que se vivían como peligrosos, degenerados y apartados de las normas. Me gusta porque me ha sorprendido, no refiere a una forma medicinal, sino social, porque habla de las prostitutas, los homosexuales, los gitanos, los judíos, los inmigrantes. Se entiende también porque lo hace, ha mencionado que es homosexual, y a mucha honrra, sin titubeos.
-Así es, fue muy bueno, pero yo me quedé pensando en lo que hablamos hoy, eres mi amiga y me interesas, le dijo, al tiempo que la besó.
Ella se quedó intacta, sintió cierta pasión por la forma como la besó, pero también asco, como si un gusano se hubiera pesado en su regazo, se sintió extraña, por un momento tembló de miedo, no podía creer la situación que estaba ocurriendo, pero seguía sin poder moverse y hasta por un momento cerró sus ojos, no entendía nada, pero cuando lo quitó ya era demasiado tarde… Marion la estaba observando, ella salió corriendo del auto, pero él la rechazó sin pensarlo, le dijo que se fuera, que se largara de su vida, que quería el divorcio y ya no volver a verla, ella le suplicaba, le rogaba, le imploraba, pero él ya no quería saber nada, ella estaba desesperada, jamás había buscado esa situación, simplemente había sucedido, ella no sentía nada por Charles, solo había sido un momento, ella amaba a Marion, estaba enamorada de él, no tenía corazón para otro amor, era su esposo y lo respetaba, por él la vida daba, pero él ahora tan solo se alejaba, se marchó en su auto, la lluvia no cesaba, Felici corría, pero no lo alcanzaba, su vestido se mojaba, al igual que su rostro, al igual que su cara, Marion ya se había marchado, correría a su casa, pero quizás jamás volvería a verlo y realmente lo amaba…

Capítulo 3:
Procuración:
Felici llegó a la casa empapada a pesar de haber tomado un taxi; apenas entró pudo notar como toda su ropa estaba en el suelo, le dijo a Marion que pensara las cosas, que ellos se amaban y que todo había sido un malentendido, pero él no dejaba de reprocharle y de decirle que siempre había tenido razón para cuidar las formas porque después pasaban estas cosas, que no quería saber más de ella, ya no más, ella rogaba y le suplicaba que razonara las cosas, que ellos estaban enamorados, destinados, que no se podía terminar así, que su amor era muy grande, que su amor era muy fuerte, que ellos estaban casados y que así debía de seguir siendo, que su amor era y había sido siempre una bendición, pero él no entraba en razón, era como si ya no hubiera caso, le dijo que era una golfa y le dio una cachetada. También le dijo que no tenía porque aceptar como esposa a una cualquiera, en ese momento el orgullo de Felici entró en acción, de modo que ella misma fue la que se marchó, le dijo que si de verdad eso quería se iría y no la volvería a ver en la vida, justo en ese instante sus amigos tocaron a la puerta, Marlin y Edward. En aquel momento Marión habló…
-Bienvenidos amigos, les presento a la prostituta de mi esposa, o mejor dicho ex esposa, la encontré besándose con quien dice ser su mejor amigo, sentenció.
En ese momento Felici lloró, se había sentido tan humillada, jamás había tenido esa sensación, lo miró a Marion y una lágrima cayó, observó a su amiga quien la miraba en principio con tristeza, pero luego su mirada fue cambiando con crudeza, Edward la veía con asco, y ella sin decir más, se marchó. Firmaría los papeles de divorcio, haría lo que tendría que hacer, aunque por dentro se muriera, amaba a Marion con cada parte de su corazón roto, él le había dado la vida que siempre había soñado y a su lado había vivido los más maravillosos momentos, había tenido los más placidos besos, le había hecho el amor como nadie; Felici no era en nada convencional y había tenido otras experiencias sexuales en su adolescencia, pero ninguna como con su esposo, su amor era único y sabía que a pesar de todo se amaban con cada parte del alma y con cada parte del cuerpo, así sería siempre…

Capítulo 4:
El pensamiento como acción:
Felici pasó la noche en un albergue de mala muerte, no dejaba de pensar, se sentía tan sola, pensó en la conferencia que había dado Foucault y por su cabeza pasó que si él hablaba de medicina social como una forma de bio-política en relación a la higiene pública y en relación al cuerpo, ¿por qué no llevarlo al plano estético?, ella era médica cirujana plástica y empezó a fantasear con una idea. No podía, ni quería perder a Marion, sentía que sin él se moriría, lo amaba demasiado, él había sido su fortaleza y su compañero por tantos años… que ahora estar sin él sería como darse un escopetazo, aunque tenía que pensar las cosas bien y andarse con calma, nadie vale más que tu propia vida, pero él era como si lo valiera… ya lo tenía decidido, conocía a Marion y sabía que no la perdonaría, iría a hablar con su padre, a decirle que le prestara dinero, ella podría y debía devolvérselo, ejercería medicina, debía, tenía que hacerlo, esta vez nadie podría impedírselo, aunque tampoco estaba dispuesta a perder a Marion, jamás, jamás lo estaría, él era el amor de su vida y estaba decidida a volverlo a tener a como de lugar… Felici se levantó a la mañana siguiente con la frente en alto y fue directo a la casa de sus padres, le pediría dinero a su padre, él era millonario y no se dignaría en decirle que no a su hija, ella juró devolvérselo, aunque él le dijo que no le hacía falta, le dijo que era por un negocio que estaban llevando a cabo con Marion, jamás se les ocurriría contarles lo que en verdad pasó, aunque ellos tampoco indagaron en preguntarle sobre su vida, ella le dio un cálido beso a su madre y se marchó. Los quería, pero la relación con sus padres siempre había sido así, fría. Se marchó decidida, se fue al hospital, a hablar directamente con el profesor que la había apoyado con su carrera, y allí le pidió lo que ya había decidido. Le temblaban las manos, las piernas, los pies y hasta el rostro, pero sabía que podía confiar en él, era la única persona a la que podría decirle, explicarle, contarle, él había sido su mentor desde el primer día que había pisado la Universidad de París hacia trece años atrás, ahora se había recibido hace seis meses, pero jamás habían perdido la relación, Felici estaba aterrada, pero le dijo lo que quería hacerse, cambiarse el rostro…

Capítulo 5:
La decisión:
Ella se quedó mirando con un aire de desesperación.
-¿Qué?, ¿estas loca?, le preguntó sin poderselo creer.
-Loca de amor doctor, le respondió.
-¿Qué fue lo que pasó, Felici?, la interrogó.
-Engañé a Marion, él no va a perdonarme, pero yo lo amo, tú me haras la transformación, sentenció.
-¿Estas demente?, soltó.
-Claro que no, confio en ti, eres la única persona de confianza a la que le pidiría esto, pero si te niegas a hacerlo conseguiré a alguién más que si lo haga, estoy decidida, dijo con firmeza.
-Felici, piensalo…
-No, no tengo nada que pensar, solo dime que si o no, pero dame una respuesta, porque el tiempo corre, sentenció.
-Esta bien Felici, dime que quieres hacerte.
Ella sonrió y pensó… en principio, cambiaré mi cabello, me haré un rubio brillante y platinado, mi nariz será algo chueca, sé que eso les gusta a los hombres y va a enamorar a Marion, el color de mis ojos marrones esta bien, pero quiero cambiar la forma, deben estar un tanto más separados, la pera debe tener forma y los labios no tan gruesos, sé que puedes hacerlo, jamás has deformado un rostro, bromeó.
-¿No tienes miedo?, le preguntó.
-Tengo terror, pero debo hacerlo, respondió.
El médico suspiro con temblor.
-Jamás me hecho para atrás.
-Lo sé, respondió, observando la nada.
-Ayúdame por favor, dijo, y lo abrazó.
-Quédate tranquila, pero llevará tiempo.
-¿De cuanto tiempo hablamos?
-Dos meses cuando mucho.
-Empecemos cuanto antes, sentenció.
-¿Sabes que temporalmente te puede quedar paralizado el rostro?
-Lo sé, pero no sucederá, dijo confiada.
-Perderas a tu familia Felici, dijo de pronto, desesperado.
-Mi familia es Marion, lo es así desde hace mucho tiempo, sino mi familia soy yo, pero él lo es todo, él es la persona más importante de mi vida, el único ser que verdaderamente amó, suspiró.
-Ya lo creo, dijo asombrado.
-Así es, gracias Peling, concluyó.
-¿Tanto lo amas?, volvió a preguntarle con asombro.
-Sí, tanto, respondió.

Capítulo 6:
La transformación:
Felici estaba devastada de pensar en lo que haría y en lo que pasó, su mente se destruyó, sentía como caía en perdición, pero aún así no se dejaría derrotar por el dolor, lucharía por su meta con pasión, aún si muriera por recuperar a su amor, pero no se dejaría sumergir en un mar de lágrimas, respiraría hondo y calmaría su rencor, ahora se observaba, se miraba en el espejo y sentía que no veía nada, que no era nadie, pero eso cambiaría pronto, porque se había jurado su vida recuperar, comenzaría a trabajar de médica y volvería con Marion, nadie más que ella y su doctor deberían saber su secreto más profundo. Jamás se lo diría a él, ni a nadie más, guardaría ese secreto en su tumba hasta la muerte finalmente encontrar, pero nunca contaría ni sus formas, ni sus métodos, ni sus penas, se las guardaría para ella hasta volverse fuerte y su camino encontrar. Sus dudas extirparía ya, es ahora que quería encontrar su fortaleza y ponerse a luchar, llevar su plan a cabo y su rostro cambiar. Su amor por él era tan grande que nadie lo podía imaginar, y aunque su ruina fuera grande, sin él no lo podría soportar. Sentía que sin su presencia tenía los días contados ya, y eso, para ella, era difícil de superar. Sus ojos lagrimeaban y sentía que se hundía en la desesperación pero no se dejaría vencer, ese no era su cometido, por mucho que le doliera el corazón. Aquel mismo día, Peling fue a la antigua casa que era de sus abuelos, donde ella se estaba hospedando. De allí se fueron al hospital a coordinar los arreglos, ella observó sus manos y supo que ahora tendría que seguir a la moda vigente en París de colocarse guantes, porque tal vez le quedaran algunas cortadas en las manos, pero nadie más que ella y Marion (en caso de que pudiera acercarse a él) lo sabrían. En aquel instante, él comenzó con un fibrón a marcarle la cara, le hizo un pequeño punto en su nariz, le marcó una distancia considerable entre sus ojos, marcó un tanto el ancho y grosor de su boca, un poco también en sus manos para cambiar la forma de sus dedos y apenas en su cuello para agudizar sus cuerdas vocales, su cuerpo seguía intacto, allí no se haría ninguna modificación, solo moderadamente en algunas circunstancias se doraría la piel. Luego de esta deducción, Felici se marchó a donde vivía hoy; tomó el carro que Marion le había regalado y sin si quiera verlo, firmó los papeles del divorcio. Se marchó de allí devastada, y también por orgullo, el carro devolvió, nada cambiaría ni su llanto, ni su dolor. En el momento en que se marchó, fue Marion quien salió. Sintió su presencia, su olor, su perfume, que algo en él se conmovió, aún la amaba tanto, con cada fragmento de su corazón. Fue a la casa, donde se sentía solo, tan solo, ya no oía su voz, ni escuchaba su risa saliendo de cada rincón, ya no podía hacerle el amor, ni volvería a verla a los ojos, él sabía que no iba a perdonarla, aún sintiendo que su alma se quebraba y que su ser se ahogaba; extrañaba tanto su cuerpo, su piel, sus caricias, el placer que con tan solo verla sentía, Felici había sido, era y sería siempre el amor de su vida, lo que había sentido por ella no lo había experimentado jamás, él si se había enamorado antes, pero no de esa forma tan única, fuerte y pasional. El amor que los unía era de esos que una vez que lo pierdes son difíciles de encontrar, en donde una vez que amas tanto ya no hay vuelta atrás, ¿cómo fingir que su amor no seguía vivo?, ¿cómo matar ese sentimiento que le daba vida en cada respiro?, ¿cómo no ver a esa mujer sin perderse en esos ojos marrones que reflejan el otoño en las hojas del atardecer? Ya no sabía qué hacer, estaba desesperado, pero sabía que no podían volver, así que se resignó, fue al cuarto de la casa y allí encontró las pocas pertenencias que de Felici quedaban y ya no pudo contener el dolor. Mil lágrimas derramó aferrándose a sus prendas, sentía su aroma, le parecía que aún su perfume estaba en la casa, en el tualet, en el dormitorio, en el living, en el jardín, en la piscina, en cada mínimo rincón… Felici ya había programado el día para la operación, sabía que era riesgoso, pero por amor quien a locuras no se atreva no merece la pena.
16 de enero de 1951.
La operación ahora daría su marcha fuera lo que fuera a pasar, Peling le había hablado por casi un mes, pero ella ya había dado su fallo, le había mentido a sus colegas con que ella tenía un asunto muy grave pura y exclusivamente confidencial, sino estaría en problemas. La operación había comenzado, Peling cambió una cuerda vocal y su cuello con mucha delicadeza abrió, sus manos también apenas y abrió, su delicadeza y precisión eran admirables, se veía que el prestigio que tenía era bien merecido, esperaba que la anestesia de Felici pudiera ser tolerable, sino él sería el responsable de todos los problemas causantes. Ella parecía soportarlo bien, su sangre era la normal, su pulso parecía no acelerar, los ayudantes solo pasaban los utensillos sin si quiera poder hablar. Los instrumentalistas solo miraban asombrados, sin poder creer lo que tenían entre sus ojos y a la mano. Mientras hacían todo esto sobre el cuerpo de Felici, ella recordaba cosas en su mente, las humillaciones, los arrebatos, la ira, la cólera, el odio, el rencor. Desde un primer momento, siempre así había sido, desde la primera vez, su madre contra ella, su padre tan ausente, su vida siempre había sido un desastre hasta que lo conoció a Marion, en su adolescencia era golpeada y aún luego de estar con su amor no dejaban de intervenir en su vida, esto le molestaba tanto a él, que muchas veces lo enfurecía y Felici se molestaba, pero podía entenderlo. Luego despertó; comenzó a sentir el tic-tac del reloj, estaba aturdida, su migraña era muy grande, su tumbó de la cama y vomitó. Peling estaba allí y le dijo que se quedara tranquila, que era normall por la anestesia, pero que la operación había sido un éxito y había durado doce horas. Ella apenas y podía escucharlo, pero al observar su sonrisa sentía que todo estaba bien, o sino, pronto, pronto lo estaría. No sentía dolor, solo un malestar general y el rostro extraño, suspiraba, era todo lo que podía hacer, se encontraba sumamente nerviosa, necesitaba sentirse segura. Marion, Marion, Marion… comenzó a repetir, era lo único que decía. Solo se imaginaba caminando de su mano, no podía más, solo quería volver a sentir ese amor tan profundo, tan grande, tan único e inigualable. Sentía ganas de llorar pensando en su nombre, lo extrañaba con cada parte y esencia de su ser, quería amarlo y ya no fallarle nunca más. A pesar de todo y la forma como la había tratado, él era el amor de su vida, la cosa más bella, el principe de sus sueños, eso era él para ella. Él en su vida había sido el único que la había podido despertar, estar sin él era como empezar a morir, antes jamás había conocido la felicidad, si otras manos llegaran a tocarla sería como una cortadura en su piel, de todos modos ya no le quedaba nada, ni  tenían hijos, ni mascota, no había necesitado de nada si solo lo tenía a él. Perder el amor de la vida parecía que así se sentía, de pensar en sus besos podía sentir como se quemaba su piel; sentía el alma atormentada. Amar entonces era así, no podía con él dejar de soñar; se estaba jugando las cartas por él, solo esperaba que valiera la pena, aunque pase lo que pase, jugarsela por amor siempre vale la pena. Su vida había sido tan perfecta, él había sido quien siempre le había dado fuerzas, su efecto jamás podría romperse, ni cortarse, ni superarse. Aún seguía muy mareada, Peling volvió a entrar a la habitación, le llevó agua y le dijo que podía andar en silla de ruedas, que él la llevaría, ella dijo que sí, aunque sus palabras parecía no escuchar y se asustó al no reconocer su voz. Pero no dijo más nada y se calmó, lo único que podía ver eran sus ojos y sus labios, ahora los sentía muy hinchados, pero ya pronto pasaría, estaba muy agradecida. Como médica sabía que las posibilidades de sobrevivir eran de un 15% y lo había logrado, ¿cómo no estar contenta?, aún no podía creerlo, aunque no se había visto el rostro, tendría que esperar, esperar a que pudiera pasar, acontecer, ocurrir, no quería que fuera a demorar mucho tiempo su recuperación, pero debía ser paciente a como de lugar. Podía notar como las personas la observaban, se preguntaba si daría pena o sí se vería mal su cara, aunque confiaba en lo que Peling le había dicho, que la operación había salido aún mejor de lo que pensaba y que en diez días ya podría quitarse las vendas, con lo cual ella estaba más que satisfecha. Luego de una semana el cansansio ya había pasado y comenzó a caminar por la sala de estar, estaba feliz, y ya no tenía miedo de hablar, le gustaba su nueva voz, después de todo no era tan diferente. Ya no sería frágil, su decisión la había hecho fuerte; el kinesiólogo la venía a ver y le masajeaba las piernas, pero aún no se había quitado la venda, tenía comeson y se sentía molesta, pero que va, ya faltaba poco, tan solo tres días y volvería a verse. Los últimos tres días solo daba vueltas por la sala, estaba a la espera de verse y poder volver a encontrarse. Ya no podía esperar más, comenzaba a sudar de los nervios, no sabía ya como reaccionar, de lo que seguraba estaba es de que quería verse el rostro ya. Dejar de pensar un poco en Marion también era lo que debía, después de todo, la que estaba en juego era su vida, ¿qué podría ser más importante que eso?, ¿qué su propia vida?, sin su vida tampoco podría regresar a él, y quería cumplir su meta, ser médica, ejercer, debía a como de lugar ponerse bien y su vida recuperar. No podía dejar que nada lograra hacerla sentir mal, tenía que salir, salir de esa situación, ser una mujer valiente y fuerte… Tolerante, paciente, pero muchas veces uno se cansa de las cosas, de las cosas que se esperan día y noche, pero no pasan, de las cosas que se esconden en las sombras, de las luces que se apagan, el amor no se cansa, da pelea, pero a veces no avanza. Entonces, ¿cuál es la solución cuando morimos de pena y parecemos hundirnos en el dolor?, tal vez sea solo soportar y seguir soportando hasta el final, hacernos fuertes y pensar que debimos seguir adelante sin dar vuelta la página, a fin de cuentas solo nos tenemos a nosotros mismos. Y Felici estaba aterrada, de perder por siempre a Marion, de perder por siempre su vida, pero como sea, confiaba en Peling y todo esto lo hacía por Marion, pero no por eso era que no tuviera miedo, cada vez faltaba menos y su rostro tendría que enfrentar, no era nada fácil lo que ahora tenía que afrontar, ya no había marcha atrás, aunque tampoco estaba arrepentida, es solo que ella era muy linda y tenía pánico de que  su naturaleza se invirtiera y acabaría con el rostro deformado, esa sería su peor condena. Luego de los tres días haber pasado el momento había llegado, Peling estaba con ella y con sutileza quitó la venda de su rostro; él sonrió y ella se tranquilizó un poco más, se observó y le gustó lo que vio, sus ojos estaban algo hundidos, pero solo era un poco de hinchazon, su nariz tenía un toque muy bonito, su boca, el grosor exacto, sus mejillas, un rosado gratificante, entonces ahora lo sabía, su rostro había quedado como quería, le costaba llorar, quería hacerlo de la felicidad, pero tenía un poco de dolor, las lágrimas querían caer, pero aún le costaba del todo su rostro mover, parecía quedarse sin aliento con facilidad, eso era por la cortada que tenía en su cuello, también tenía otras cortadas en la mano, pero no tan visible como las de su cuello. Aún así, seguía manteniendo la sonrisa, por nada del mundo la quitaría. Fue a su casa después de 20 días, o mejor dicho, donde se hospedaba, la antigua casa de su abuela escondida en los suborbios de París, por suerte podía contar con Peling hasta para que la llevara, él se hospedaría con ella hasta que estuviera bien, él no tenía familia y era como un padre para ella; el padre que tenía, pero a quien no parecía importarle. Apenas pudiera iría a devolverle a su padre los cien francos que este le había prestado, por más que él le había dicho que eso era un regalo. Pero lo que ellos no comprendían era que el dinero no era lo que Felici quería, sino amor, apoyo y comprensión. Algo que por parte de su familia nunca había tenido, ¿su familia?, bueno, sus parientes, porque ahora que ya no tenía a Marion quien sí era su familia, su familla era ella misma. Sus padres siempre habían predicado amarla, pero a la hora de demostrarlo no sabían como, porque siempre le echaban la carga de todos sus pesares, de todas sus desgracias, de todas sus penurias, de todos sus problemas, siempre le decían a Felici que si algo les ocurría sería por su causa, por sus desplantes, por su rebeldía, si eso era amar, vaya, ¡que buenos padres eran!, también la habían acompañado, aunque luego fuera para aventarlo en su cara, pero como fuera, le devolvería el dinero a su padre y tenía ganas de volver a ver a su madre, así fuera una vez más, un último beso, un último abrazo, un último susurro, tampoco era que los odiaria, los quería, pero ya estaba cansada. El tiempo finalmente transcurrió y después de un mes y medio pudo notar como ya estaba lista, lista para salir y enfrentarse con el mundo, volver a encontrarse nuevamente con el, con ese mundo al que tiempo atrás había abandonado y jamás volvería a ser la misma; hasta su rostro atrás había dejado, guardaría su foto en un cajón para así poder recordar siempre a la que murió, a la que mató por su amor. Hacia dos semanas Peling se había ido porque ella ya estaba bien, de todos modos Felici ya tendría que buscar algo que hacer, ya no tenía francos y había renunciado por completo al dinero de Marion, le parecía lo más correcto, sensato y algo que también era una prueba de su amor. Porque el amor no espera, solo da, lo entrega todo, sin recibir, sin nada más que el sentimiento, simple y sencillamente porque así es el amor, el verdadero sentimiento que puede unir dos corazones. Se fue al hospital a agradecerle a Peling una vez más y allí se encontró con una excelente noticia, comenzaría a trabajar de médica, ahora que ya había cambiado su nombre en aquel mes y medio con la ayuda de Peling; ya no era Felici Girald, sino Angelique Gulmas. Cobró el mes de anticipo para así poder llevarle el dinero a su padre, aunque él no supiera que era ella.
Y sin pensarlo un segundo más tocó a la puerta.
-¿Sí?, salió su madre.
Ella la observó con un gesto de amor, pero su madre no lo notó.
-¿Puedo ayudarla señorita?, le preguntó.
-Sí señora, mucho gusto, soy Angelique, amiga de Felici, vine a entregar un dinero que me pidió, concluyó.
-Sí, claro, pasa, sentenció.
-Vine a traerle a usted y a su esposo los cien francos que prestaron a Felici, dijo ella misma.
-Muchas gracias, dijo de repente el hombre que estaba en el rincón.
-Bien, eso es todo, muchas gracias, dijo a punto de marcharse.
-¿Felici esta bien?, le preguntó su padre.
-Sí, dijo la muchacha.
-¿Puede ser que te conozca?, le preguntó su madre.
-No lo creo señora, mucho gusto a los dos, dijo y se marchó…
Cuando salió de allí el llanto la irrumpió, pero luego de un rato se calmó…
Ahora ya solo le faltaba ir a buscar a Marion…

Capítulo 7:
Parálisis:
Cuando estuvo a punto de ir a buscar a Marion, algo pasó, iba caminando y sintió como su rostro se paralizó, se asustó y fue directo al hospital, Peling le dijo que era normal, pero que quizás podría un tiempo pasar hasta que se recuperase por completo, si bien le molestaba oír eso, la reconfortaba porque creía en su médico, pero tenía que mejorarse, por ella, por Marion, además si ahora debía comenzar a ejecer su profesión debería estar bien, aún sino recuperase su amor ella debía ser quien se prometió. Aquella tarde en la sala estaba desesperada, sentía como sino pudiera moverse, se sentó en la silla y cayó desmayada. Peling y los otros médicos fueron inmediatamente a asistirla, no era nada grave, sino solo nervios, le pusieron algo de suero y ya pronto podría irse. Debía esperar Hegel; “Filosofía del Derecho”, ella miraba libros de medicina, apenas hacia a la próxima semana para comenzar a trabajar en el hospital, no podía en esas condiciones, cayéndose, estando así, de ese modo, tan débil… en todos los sentidos. Aquel día volvió a la casa y se recostó, miró la foto de Marion y todo de nuevo recordó. Es como si se enlazaran los sueños con la realidad,recordó el primer día que se habían visto, él estaba en la librería comprando el libro de dos años que había comenzado la carrera. Él y ella se habían mirado con Marion, mientras él ya estaba por recibirse de abogado, luego se hicieron fascinación, sus ojos parecían envolverse en pasión, a los pocos días ya habían pasado bastante tiempo juntos, a él le había llamado la atención que ella fuera la única mujer de su clase. Su rebeldía lo pareció enamorar, Felici estaba en contra del sistema que anula a la mujer, pero con ella no había podido y así había sido la mejor de su clase, fue de ese modo como se ganó el respecto de Peling, se sintió bien con ella, aún mejor que antes y comenzó su relación con solo tendría que levantarse y por su camino andar… amigos de Edward y Marlin y después se casaron, aún podía recordar sus ojos empañados de la felicidad y su vestido blanco, su moño azul en el cabello, la mirada de Marion, sus dulces ojos mirándola y sus labios posándose en los de ella al dar el sí. Sus dos amigos habían sido los padrinos de la boda; y pensar que ahora ninguno quería volver a verla, pero ya no debía pensar en nada más,

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