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El deseo de Eloína
En ese torrencial invierno de octubre, ella deslizaba su cuerpo sobre la ducha que años atrás, le había construido Miguel. Su cuerpo no era escultural, era un himno al diario vivir y la naturaleza, que incluía vellos y estrías, que la hacían más linda. Sus pechos grandes y caídos, le recordarían que deseaba ser madre, quizás tan pronto pasara el invierno.
Esa idea no emocionaba a Miguel, quien había sido padre ocho años atrás, con Lorena su primera esposa. Y detestaba todo aquello que implicara la niñez, e intento que Eloína se olvidara de ese deseo incrementando salidas al cine, los museos, los bares, y las calles solitarias de Estambul. Ella intentaba agradar a Miguel, y sacarse de la cabeza ese deseo que la acompaño desde niña.
Y no lograba, su anhelo de ser madre superaba toda expectativa. Al punto que cada noche cuando hacia el amor con Miguel, ya no lo disfrutaba a plenitud. Solo deseaba que alguno de esos granizos de lluvia que salían de su marido, alcanzaran a su solitario ovulo. Ponía las manos en su vientre, y no podía dejar de soñar, ese niño con cabellos rojizos, que pintara con sus ojos amarillos al sol. Su boca tendría que ser tan pequeña como las fresas que la abuela traía al atardecer, y sus manos tan blancas como las nubes, un retrato de Miguel.
Esta mañana las náuseas, el mareo, y la falta de apetito, hicieron estragos en el rostro angelical de Eloína. Miguel ha descubierto que su mujer no usa toallas femeninas hace quince días, y esto le generado una ira incontrolable. No deseaba volver a oír ese llanto que alteraba sus sueños, y elimina toda posibilidad de pintar. Por eso no dudo que Eloína se realizara una prueba de embarazo, esa que arrojo las dos rayitas indicando que su deseo se había cumplido.
La alegría de Eloína superaron todo malestar, y la partida de Miguel sería inevitable aquel septiembre frío.
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