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Sirena de Santa Rita
Enrique Abraham Acevedo Weber
La bolsa sobre la cabeza de la
niña no la deja respirar. Está en un lugar caliente y lleno de
tierra. Sus pies le dicen eso, duelen y su cabeza también. No
recuerda cómo llegó a ese lugar. Lo último que su memoria recuerda
es que estaba en el parque. Era el primer día fresco en tres
semanas.
Su madre no le importaba donde
estuviera todo el día, solo que llegara ahí al anochecer. Lo hacía
para prevenir que los extraños no pensaran ideas raras. Su madre le
llamaba Mona, porque se la pasaba colgándose de los árboles. Su
nombre era Doña Reyna Eva de la Ventura León.
En la escuela le decían Wendy y
en la calle le llamaban Azulina. Sus ojos azules eran la
característica que más llamaba la atención. Una niña morena con
ojos azules era muy extraño.
En Santa Rita, era un milagro.
Azulina estaba acostumbrada estar
afuera. Observaba el mar cuando todo se volvió negro. Ella soñó
con ser una sirena, nadando entre esos peces pequeños y coloridos.
Cuando despertó, la estaban
arrastrando de sus brazos, ellos la golpearon en su estómago.
Le quito todo su aliento.
Le susurraron al oído: Si
vuelves a gritar, te destripamos. Ahora, camina.
Ella continuó el viaje donde
harían algo prohibido.
La jalaban por los hombros, sus
pies ahora le quemaban.
Azulina dijo: Me podrían cargar,
me duele cuando camino.
La volvieron a golpear y rieron.
Ella reconoció una de las risas.
Era la mujer con una sonrisa que sobrepasaba sus labios, marcada en
su piel, que vestía de uniforme del ejército. La otra era de un
hombre. Era del tipo de extraños de la que su madre le advertía.
Sentía que la bolsa se volvía
húmeda y más caliente, su camisa húmeda del sudor. El camino era
más duro y caminaban sobre rocas. Sus pies ahora se cortaban con las
piedras.
Deseaba ser una sirena, pues
ellas no tenían pies que se cortaran. Azulina cayó en el camino.
Ambos raptores la pateaban y le decían que se levantara. Se levantó
con algo de esfuerzo y empezó a cojear. La bolsa se soltó y ella
sintió el aire. Los secuestradores se dieron cuenta y la patearon en
la espalda. Su cuerpo rodó sobre las piedras. Su cuerpo ahora estaba
cortado. Ella no podía ver el mar, supo que estaba lejos de Santa
Rita. Tuvo un momento instantáneo donde el miedo se fue y otra vez
su mundo se tornó negro.
Cuando despertó, ella estaba
atada a una cama. El cuarto donde se encontraba olía a sudor, mierda
y orines. Un aroma de desesperanza y terror. El techo era
completamente blanco pero las paredes de color granate. Azulina vio
que había dos camas, dos ventanas pequeñas y una silla café. A su
lado se encontraba otra niña, Azulina la reconocía de los postes
eléctricos. Recordaba haberla visto en la televisión, su abuela
lloraba mientras enseñaba su foto, diciendo que no sabía dónde se
encontraba. Su madre la abrazo al ver las imágenes. Ellas eran un
poco similares. Pequeñas, morenas y con ojos azules, alrededor de
los once años.
La niña de la televisión ahora
no tenía un ojo. Su cavidad ocular se encontraba cubierta por una
gasa café. Parecía como un cíclope de esas películas griegas que
ella había visto.
Le perturbaba el ojo azul que
penetraba aun con la oscuridad del cuarto.
La mente de Azulina empezaba a
correr, sabía que tenía que salir de ese cuarto.
Ella tomó un gran respiro y
empezó a gritar por ayuda.
La niña tuerta empezó a mover
su ojo de lado a lado y a retorcerse. Su voz era ronca, ella murmuro:
Para.
Azulina escucho esto y dejo de
gritar. Inmediatamente, un par de adultos con máscaras de cerdos
entraron al cuarto. Venían vestidos en ropas blancas. Azulina
reconoció la voz de la mujer de la sonrisa marcada: ¿Tu nunca te
callas, verdad?
La mujer abrió un estuche rojo y
saco una jeringa llena de líquido verde. Se acercó lentamente hacia
Azulina. La niña grito y grito hasta que la oscuridad llenó su
percepción.
Azulina soñó estar en una
playa, llena de arena y el azul del cielo rodeaba todo alrededor.
No había edificios, no había
gente, solo palmeras y mar. Ella veía a las sirenas flotando
alrededor de unas rocas. Azulina nado hacia ellas, pensando que podía
preguntarle sus secretos. Las olas golpeaban su cuerpo, y sentía que
se ahogaba.
Dentro del agua, podía ver a la
niña de la televisión durmiendo. Su ojo se abrió y con sus manos
estrangulaba a Azulina. Esta se despertó y susurro un grito de
pánico.
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