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Dentro de la bruma
Gilberto Jaymez
Esa
melodía, esa maldita melodía que sigue sonando en mi cabeza. Me he
despertado a las 5 de la mañana y aún no ha amanecido del todo. Por
la ventana se distingue una luz muy pálida y frágil. Los perros del
barrio han comenzado a ladrar. Todos lo hacen. El sonido del
ventilador es constante, y fluido. El sonido de las aspas de acero
fino cortando el aire a Dios va a saber cuántas revoluciones por
minuto.
Mi mirada
está clavada en el techo, he despertado boca arriba… y con una
melodía en mi cabeza. Es una melodía triste y oscura que va muy
lento. Primero una nota, luego tres. Y luego pocas más. Se repite
una y otra vez en una lúgubre atmósfera oscura. Intenté mover el
brazo por un momento, pero no pude. Mi cuerpo parecía ser muy
pesado, como si estuviera retenido por una gravedad cinco veces
mayor.
La luz de
la lámpara en el escritorio era la única luz que me alumbraba lo
suficiente para ver que no había nada extraño a mi alrededor. No
obstante, una presión en el pecho sofocaba mi respiración. Eso, y
la sequedad que arañaba mi garganta en una sed que no perdona ni
discrimina.
Recién
había despertado de un sueño de mi niñez. Muchos lugares que
visité hace tiempo, se habían vaporizado unos segundos atrás. La
somnolencia tendía la mano para volver al sueño, pero la melodía,
esa insufrible melodía, me seguía inundando.
Esforcé mi
cuerpo al punto que dolía como tal niño que le duelen los huesos en
la etapa de desarrollo. Al salir de habitación encendí la luz de la
cocina, y casi por instinto, como un reflejo natural, fui al baño e
hice mis necesidades. Una especie de espesor en el ambiente me
rodeaba… No, no me rodeaba solo a mí. Estaba en toda la casa,
incluso más allá. Una especie de tensión en el aire que subyuga al
razonamiento lógico y desafía tus creencias.
Bebí un
vaso de refresco y la aspereza desapareció. Cerré la puerta tras de
mí y me senté al borde de la cama. Aún con la amenazante bruma
invisible. De repente escuché un agradecimiento de por fuera. Un
“gracias”
se
escuchó desde la entrada de mi habitación, del otro lado de la
puerta. Mi sangre parecía haberse congelado. La colcha de la cama
estaba siendo presa de una mortal contracción en mis músculos.
Atreví la mirada a la puerta, pero lo que fuese que dijo eso, ya se
había marchado. O quizá solo se desmaterializó.
¿Por qué
gracias?,
¿Qué tenía que agradecerme, y qué o quién se tomó la molestia
de hacerlo?
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