Estábamos ahí los dos, una habitación desnuda. Sabíamos que el propósito por el que nos encontrábamos en el lugar era simple. Si hace unos meses me hubieran planteado la idea de un encierro con lo desconocido, me hubiera burlado de ello. Nuestras lenguas, físico, pensamiento y estatus eran muy diferentes, aunque nuestra situación era la misma. Primero llegué yo, estaba disfrutando de los jardines cuando todo se torno oscuro, al poder observar lo que había en mi alrededor solo encontré una habitación, grité todo lo que pude, sin embargo, nadie llegó a mi ayuda. Las comidas eran escasas y la higiene era casi nula. Los días pasaron, pero nada cambio, parecía que me encontraba en la oscuridad completa y una soledad que me consumía lentamente. Un día llegó él, su vestimenta era diferente, aunque sus rasgos distintivos lo hacían muy atractivo. A juzgar por las pocas joyas que le permitieron quedarse, su estatus social era alto. La habitación se volvió una cárcel callada, a pesar de mi nueva
Extraño morir entre espacios vacios respirar el polvo del tiempo que me envejece sin voluntad. Ahogarme en el lodo negro de mi mente y disfrutar de su frescura. Rondar hambriento por los bosques perdidos en mí ser aullar a la luna de sangre sentir la libertad del viento nocturno. Tocar el fuego imperdonable de cada pensamiento que me parte y me asesina me congela los pulmones. Extraño la música de mis cuerdas vocales en la cúspide de su dolor volverme una sombra y perseguirme en círculos continuos. Ingerir la niebla tóxica de los cuervos que me acosan esperan la muerte de mi carne el derrumbe de los huesos. Extraño ver hacia adentro y sus horrores probar de nuevo el sabor de las heridas marcas de un ayer enloquecido. Extraño la furia de tambores la guerra y dioses pagano